domingo, 28 de agosto de 2011

Monseñor, el anillo

Relato de verano

3.

Antes de abandonar Barcelona, recibí un telegrama de las tres travestis mosqueteras desde Granada anunciándome que subirían a Madrid para escoltarme en la entrega del anillo. A buenas horas, mangas verdes y abullonadas. Las mosqueteras, siempre que huelen una entrega de medallas…

Telegrama, dirán, menuda antigua. No soy yo mujer de móvil, siempre uso el de de las demás. Al principio sí tenía, cuando parecían walkie talkies y podías utilizarlos a modo de ladrillo en el bolso si te atacaba algún chulo en un callejón. Luego los han hecho tan pequeños, que te hacen las manos muy grandes y se te nota el pescao. A La Brioche no la verán con un i-phone en la mano. En cuanto al Facebook, digamos que considero que las redes sociales son demasiado democráticas.

Ya hablé antes de las travestis mosqueteras, pero mejor me explayo, que luego me acusan de críptica (las mismas que van diciendo por ahí que no tengo Facebook porque no soy fotogénica: y no apunto a nadie, tú sabes muy bien quién eres, guapa de cara). La Pachá es mi amiga más antigua, y no lo digo por echarle años, que no los aparenta, lo suyo más que un pacto con el diablo es una imprimación epoxi. Como a Rubalcaba, a mí no me duelen prendas en reconocer los méritos de la competencia, sobre todo cuando sé por su hermana (la artista antes conocida como La Prima) que sólo usa cosméticos del Mercadona, lo cual sumado a su pelucón a lo Rosa Díez, hacen que obre el milagro cada vez que los porteros la dejan entrar en Pachá, su templo por antonomasia. La Mandonguilla es harina de otro costal, y no lo digo porque esté estropeada, otra que tal baila (más que un conejito de Duracell, si no a qué el tipazo que ha conseguido, ella, “que en el colegio era una albondiguilla”), sino por lo que le gusta la harina, no sé si me entienden (pun intended). En términos papistas, podríamos decir que tiene la bonhomía de Juan Pablo con ese punto picarón que gasta Benedicto en sus noches locas y el culo inquieto del Papa Peregrino. La última, y no por ello la peor, La Balnearios: básicamente sevillana. Es la más señora de las tres, y lo digo en el buen sentido, no sólo por lo estiradísima que está, sino por su afición a las mantillas y los mantones de manila. A su lado, Cospedal en el Corpus es una indignada de la Puerta del Sol. Y que conste que no comento nada de esto con ánimo de zaherir: cuando una travesti critica a otra travesti, es como si se criticara a sí misma.

“¿Dónde vais tan puestas?” fue lo primero que les dije nada más pisar Atocha. Las tres hijas de puta se habían puesto de tiros largos para dejarme a la altura del betún. Menos mal que antes de llegar, me había pasado por el baño del AVE a cambiarme de modelito como hacía Lauren Bacall en “Mi desconfiada esposa” antes de llegar a Nueva York ante los ojos atónitos de un Gregory Peck mejor afeitado que cualquiera de las mosqueteras. “Acompañadme a casa que me cambie, que no puedo ir al Thyssen de esta guisa”. Siempre que nos reunimos, lo primero que hacemos es ir a la terraza del Thyssen a contarnos lo estupendas que estamos. El Thyssen es como nuestro Tiffany’s: un lugar donde no puede pasar nada malo y la prueba fehaciente de que nunca es tarde para encontrar un barón.

Después de cambiarme de nuevo, cogimos un taxi al Paseo del Prado y pasamos por el dispositivo que estaban montando para la llegada del Vicario de Cristo en la plaza de la Cibeles. La carta del restaurante del Thyssen no es nada del otro mundo, pero como en las obras de Chéjov, en toda comida de travestis lo mejor es siempre la sobremesa. Empezamos comentando el nuevo chulo de Armani y terminamos hablando de literatura hispanoamericana. La Mandonguilla metió la pata cuando confesó que no conocía a la Bolaño. Va por ahí dándoselas de lingüista de reconocido prestigio, aunque al prestigio de su lengua le cabe una ristra entera de adjetivos. Y no lo digo como reproche, porque cuando una travesti le reprocha algo a otra travesti es como si se lo reprochara a sí misma. Nosotras somos conscientes de que el nuevo siglo se nos ha echado encima como un tsunami, pero bastante tenemos todas las mañanas con recomponernos el careto como para encima tener que estar al día de los últimos booms literarios.

Del Thyssen nos fuimos al mercado de San Antón, el mercado de las marricas (así, con dos erres) de Chueca, donde quedamos con mi hermano para tomar algo en la terraza. Tuvimos suerte de encontrar mesa, porque de todos es sabido que en Madrid, cualquier cosa que huela a mariconeo es una merienda de negros. “No sé si os lo he contado”, empecé a explicar a las periféricas para que se sintieran un poquito más provincianas, “pero si en Barcelona están de moda los restaurantes clandestinos, con nombres tan imaginativos cómo el Chi-Tón o el Don’t Tell, en Madrid la tendencia va más hacia el modelo del chef privado en casa ajena o propia”. La Mandonguilla, que es más larga que ancha, lo pilló al vuelo y empezó a trabajarse la entrepierna mental de mi hermano: “Yo compro unos carabineros, que todavía saliveo cuando recuerdo el Bloody Mary de carabineros que nos hizo Juan Carlos en Nochevieja hace dos años”. Mi hermano, más ancho que Pepe el Romano, aceptó el envite, así que todas cerramos el abanico y nos bajamos al mercado a avituallarnos para la noche cantando el “Kusha las payas” de Las Ketchup. Todas menos La Pachá, que iba protestando: “Que luego nos toman por andaluzas”. La Balnearios, herida de pundonor, le dio con el bolso en la cabeza.

No me gusta darle la razón a La Pachá, pero es cierto que desde “La ley del deseo”, en Madrid ser andaluza ya no es moderno, ahora hay que ser marica vasca, pija simpatizante del 15-M o directamente humorista manchega. Así de triste está el patio.

La bouffe fue copiosa y espléndida, lo que viene siendo una jam session culinaria. El punto snob lo pusieron los Espárragos Colombianos, que no son colombianos sino de la Sierrecilla de Humilladero. Si se llaman Colombianos es porque no se comen, sino que se esnifan. Mi hermano los prepara reduciéndolos en una cocción lenta y luego criogenizándolos. Es más complicado que todo esto, pero el resultado es un polvo de espárragos que se esnifa de un plato-espejo con su turulo y todo. La Pachá daba gritos de placer cada vez que se metía un tirito. Luego vino el Bloody Mary de carabineros y la Mandonguilla nos hizo su coreografía del instituto del “Dont’ leave me this way”. A continuación, los Flamenquines de La Laguna, que La Balnearios celebró arrancándose a bailar su propia versión de la “soleá del mantón” de Blanca del Rey. Por un momento, me sentí Jennifer Aniston en el Corral de la Morería. Y, por último, el Steak Tartar con patatitas primor, todo ello bien regado con caldos del Penedés y Toledo. De cómo acabó la noche no recuerdo mucho, aparte del incidente. Sé que nos separamos: mi hermano y la Pachá se fueron a su templo, y el resto al nuestro. No fue hasta la mañana siguiente que pasó lo que pasó.

Mirando hacia atrás puede resultar hasta cómico, pero en su momento el incidente fue más grave que una redada de policías cachondos en el 15-M. Mientras el resto dormía, me levanté y me fui a la cocina a preparar el desayuno. La casa empezaba a oler toda a café Illy, oí a alguna mosquetera entrar en el baño, puse la música bajita, la séptima de Beethoven que me había regalado La Pachá, alguien subió la persiana, todo empezaba a encajar en ese puzle que es un domingo de resaca, cuando abrí la nevera y di el grito. Todas se asustaron pensando que había visto a un fantasma o mi reflejo sin maquillar en el espejo. Era peor. En la bandeja de cruasanes de la iaia faltaban diez cruasanes, que no es que nos dejara sin desayuno, quedaban unos cincuenta, pero justo faltaba el de la esquina donde había enterrado el anillo del Siervo de los siervos. Una de las mosqueteras se había puesto púa de cruasanes al volver de marcha. La Balneario se desmayó directamente cuando les conté lo que había pasado, La Mandonguilla se fue corriendo al baño a vomitar y La Pachá dijo: “Yo me bajo a San Ginés a por unos churros, que no tengo ganas de drama”.

viernes, 19 de agosto de 2011

Monseñor, el anillo

Relato de verano

2.

“200 confesionarios son muchos confesionarios. En Madrid tenéis mucho que de lo que arrepentiros”, comentó el Abat del Monestir de Sant Cugat sobre el dispositivo montado para la reunión de las juventudes papistas. “No lo sabe usted bien, padre. Pero yo venía a preguntarle si había oído algo de un anillo”. Habíamos ido a ver la nueva casa de otra gran-gran amiga mía en Sant Cugat, la Nyusa, y aproveché para pasarme por el Monestir. “De anillos no sabemos nada, ni queremos saber”. La Nyusa sugirió que nos fuéramos a tomar el sol porque el Abat valía más por lo que callaba que por la pluma que ocultaba, y que dejara la tontería del anillo y la autoficción para otro día, “que estàs carregat de punyetes”.

No soy yo mujer que le haga ascos a un baño solar. “¿Te puedo leer el horóscopo?”, me preguntó una vez en la piscina el Marc, el nen de la Nyusa, “Claro, guapo, no seré yo la que coarte la afición por la literatura de un futuro escritor, aunque algunas puercas como tu padrina me tachen de menorera”. Me leyó: “Como sigas dejándote llevar por las memeces neorrománticas que te propone Piscis, vas a acabar ahogada en una piscina de tragedias decimonónicas”. “¿Quién es Piscis?”, preguntaron a coro la Vil y la Nyusa. “El tete”. Todas nos reímos a carcajadas, ante la cara de paso-de-vosotras del Marc. Últimamente, el único hombre con el que he conseguido mantener una relación medianamente estable es mi hermano.

Por la noche nos fuimos a celebrar el cumpleaños de la Vil en el Noti, un lugar que fue moderno un cuarto de hora en su día, que es lo máximo que puede ser moderno un sitio en esta santa ciudad, según Paqui Cuerpo de Letra, diseñadora manchega y gran-gran amiga mía. La hostessa del Noti era una moderna con gafas de pasta XXL, lo que en el extrarradio se conoce como una Ruperta. Algunos de los invitados se pasaron la noche llamándola así (y Shaggy al camarero), y yo sientiéndome mal, para luego descubrir que la Ruperta le llama Mary al camarero, por Mary Santpere. Annabella es oír hablar de la Santpere y subirse a la mesa a interpretar su tema favorito de la enorme cómica. “Cocaína, sé que al fin me has de matar… pero yo quiero morir”. Los demás comensales rompieron a aplaudir como locos. “¿Os están atendiendo bien?” Era Paqui Cuerpo de Letra al teléfono, que había cancelado a última hora porque tenía un photocall con Regina Do Santos. Paqui se ha convertido en la Nieves Álvarez de la Barcelona postAgbar: no hay sarao al que falte. “Sí, cariño, creo que nos acaban de perdonar el escándalo que estábamos montando”.

Más tarde se unieron al ágape otra gran-gran amiga mía, Xavi La Plana con Georgina Pin Pan, y nos fuimos todas al Berlín Cabaret, un antiguo puticlub en Bailén 22 que está en su cuarto de hora de modernez. Por el camino, Georgina nos contó el chiste de una gitana de Granada que dio el braguetazo y se instaló en el Madrid del barrio de Salamanca. Como no sabía hablar, se pasaba todas las soirés callada, hasta que un día el marido le contrató un logopeda feísimo, no fuera a enamorarse de él como Rosa de España. Después de las clases, ni la Audrey Hepburn en My Fair Lady. “Este fin de semana fuimos a suiza a ver una Ópera con los padres de Borja” comentaba alguna de las ochenta mejores amigas de Carmen Lomana. “Maravillouso, maravillouso”, replicaba la gitana, con un acento cerrado que no había conseguido perder. “Pues nosotros hemos ido a Nueva York a ver la exposición de McQueen”, comentaba otra. “Maravillouso, maravillouso”, de nuevo la gitana. “Qué ideal, pues nosotros hemos estado cenando con Alaska y Mario”. “Maravillouso, maravillouso” otra vez. “Oyes, mona, menos mal que ya te has integrado en las reuniones, habíamos llegado a pensar que eras muda”. “Es que he estado dando clases”, explicó la gitana, “y mi logopeda me ha dicho: tú, cuando antes hubieras dicho “me sua el coño”, ahora tienes que decir maravillouso, maravillouso”.

La cola en el Berlín era considerable. De todos es sabido que en Barcelona, cualquier cosa que huela a moderna es una merienda de negros. Una vez dentro, del anillo, ni rastro, y eso que el corazón, entre muchos otros órganos, me llevaban mogollón para el Berlín. El homenaje a Amy Winehouse me pilló en el baño. Todo un homenaje. El Berlín es sitio más divertido del mundo un sábado por la noche y un buen motivo para mudarse a esta ciudad. “A cada cenicienta le llega su medianoche”, dijo la Nyusa después de quitarse los plataformones. “O como diría Terenci- añadí- a cada pecadora le llega su miércoles de ceniza”. “Es que me he pasado con el morapio”.

La despedimos en un taxi y al poco cerraron el Berlín. Estuve tentado de coger el dinero de la misión y dilapidarlo en un bukake en el Culo de Oro, un local de chaperos justo debajo de donde yo vivía en Aribau cuando empecé a ponerme las tetas, a ver si me inspiraba en plan Jean Genet. Llamé al artista antes conocido como La Prima para contárselo y me dijo que ese mismo año se había estrenado una obra de teatro en Barcelona con un argumento sospechosamente parecido que coincidía con la visita del Papa, así que mejor me fuera olvidando del teatro y me dedicara a la autoficción de travestis, que es lo único que se me da bien. “Perra amaestrada”, “Purria”, “Más que furcia”. Nos queremos mucho.

Al día siguiente quedamos en el solárium de la terraza del gimnasio Metropolitan de Sagrada Familia, donde esperaba encontrar alguna pista, sobre todo por lo cerca que estaba del antro donde Benet perdió el anillo. En la terraza nos encontramos a Marc Giró, que me dijo “Nena, quin desparpajo trobar-te aquí amb aquestes lorzas. Com es diu lorza en catalá? Bueno, és igual, les catalanes, com les franceses, mai engreixem. Jo no he sentit res de cap anell. Prueba en la fiesta John-John, en honor al guapérrimo Kennedy, que es mañana en el antiguo New York, en Escudellers”.

Para allá que nos fuimos con Paqui Cuerpo de Letra, pero el John-John estaba chapado. Barna y los domingos, un buen motivo para no mudarse. Al final acabamos en el Gaixample, en el People’s Lounge. ¿Que no conocéis a Adele? Paqui y la Vil estaban partiéndose el culo con un artículo del Shangay sobre un agitador cultural, ex también de esa gran-gran amiga mía famosa en el Madrid de los osos sin madroños, y pasaban de mi culo como buenas periféricas que son. Sin soltar el gin-tónic, me levanté y me fui a pedirle una canción de Adele al DJ. Me contestó que sólo ponían canciones de muertos, así que le pedí el Cheek to cheek, que para eso el local estaba lleno de carteles de musicales clásicos de Broadway. “Yo te conozco”. “Pues no caigo”, le contesté. “Toma, maricón, esto es para ti”, dijo, tendiéndome una cajita. Me quedé muerta. Quién sería. Quise recordar una noche de pasión y bocados, pero su cara no me decía nada. Me dio el paquete y el apretón de manos posterior tuvo que activar algunos contactos neuronales porque, de repente, el tacto de su piel me recordó el tamaño de su miembro. No recordé su cara, pero recordé su pene. Me despedí con una sonrisa que quería ser muchas cosas y volví al reservado con la cajita sin abrir. “¿Cómo vienes tan roneante, has ligado?” me preguntó Paqui, que es nosy by nature. “Ya me hubiera gustado, ha sido más bien como haber visto al fantasma de las navidades pasadas…” “Pero si estamos en julio…” “…las presentes y las futuras a la vez”. “¿Qué traes en la mano?”. "Si mi intuición de mujer charnega no me engaña, creo que es el anillo”. “Pero bueno…”. De repente, me sentí catalana del amor. Como canta la Pantoja: “Donde el corazón me lleve, como pueda de su mano yo me agarro, donde el corazón me lleve, con lo justo, con lo puesto, sin pensarlo”. Tuvieron que sacarme del local a rastras entre las dos.

No hace falta que diga que, en efecto, era el anillo. Al día siguiente fui a Mollet a ver a la iaia y le pedí que me buscara un buen camuflaje para el anillo, no hubiera algún control de Rouco en Sants. “Te he preparado un kilo de cruasanes y un poco de carne en manteca”. “En los cruasanes, iaia, que no sabemos si el anillo es bueno, y tú y yo sabemos que la manteca sí lo es”.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Monseñor, el anillo

Relato de verano
A mi adorado Terenci

1.

Estaba medio dormida en la piscina de la Complutense tostándome al sol sin protección cuando oí mi nombre de macho atronando por los altavoces: “Modesto Blas Infante acuda a recepción, Modesto Blas Infante acuda a recepción”. Por un momento, incorporé la llamada a filas en un sueño de sexo marcial de la Factoría Falcon, de esos que hacen que no te puedas incorporar en un rato, pero enseguida comprendí que el sudor y la baba que chorreaban en la toalla no eran nada lúbricos. Dejé a un lado el libro de Marta Robles, me hice un nudo balinés en el sharon que disimulara la cebolleta y me dirigí a recepción controlando que no se me fuera la cadera demasiado. Odio las piscinas, pero es que por muchos millones que Gallardón se haya gastado en la reforma del río, en Madrid la única playa que ha habido y habrá es la Costa Marrón: Parla, Fuenlabrada y Alcorcón.

“Una señora le está esperando en la enfermería”. ¿Una señora? Pero si era la mismísima Elena Benarronchas en cuerpo y… cuerpo. Sin dilación, le espeté “Creí que sólo dejaban entrar a licenciados en estas instalaciones”. “Qué te crees, mis guardaespaldas tienen título. Con dos euros más, entro como acompañante. ¿Y tú, cómo te has colado?”. “Me saqué el graduado escolar en la mili. Digamos que soy una mujer de recursos. Aunque de poco me ha servido: es la piscina menos erótica del todo Madrid, nada que ver con los baños de Lago”. “¿Llevas el nudo mal hecho o es que te alegras de verme?”. “Al grano, Elena, que nos conocemos. No creo que hayas venido hasta aquí para alabar los restos de mi masculinidad”. “ZP necesita tus servicios”. “Por qué debería dárselos, llevo ocho años en lista de espera de reasignación de sexo y aquí me tienes, empalmada y sin depilar”. Elena debe ser la única mujer obesa que huele a anoréxica: estábamos a tres metros y me estaba mareando. “Porque te gusta el cine clásico y el technicolor. Te pongo en antecedentes: “Los tres mosqueteros”, de George Sidney. Milady, una Lana Turner con una peluquería de infarto, ha robado una de las joyas de la Reina. El Cardenal Richelieu le ha pedido a la Reina que las luzca en el próximo baile para que se descubra que se las ha regalado a su amante.” “Pues no me veo yo mucho de Lana Turner, con este colorcito que tengo”. “No, Modesto, tú eres quien debe recuperar la joya”. “Hace años que nadie me llamaba así”.

Inciso a modo de flashback: Modesto era el nombre de mi padre, de mi abuelo y de todos los ancestros primogénitos de mi familia. A mí, por lo único que me gustaba era por el parecido con Modesty Blaise, mi heroína de comic favorita. Monica Vitti, aunque era rubia, la interpretó en los setenta en una adaptación al cine dirigida por Joseph Losey. Una superagente que cambia de modelito cada vez que cruza una puerta. ¿Hay algo que importe más? Con lo que no contaba era con que el pasado siempre vuelve, esta vez en forma de tres travestis mosqueteras que se hacen llamar mis amigas y que no tardaron en cambiarme La Modesty por La Brioche, en referencia a los brioches que me zampaba de pequeño en Barcelona cuando ya con cuatro añitos le preguntaba a mi madre “¿Puedo ir a la panadería a por un brioche, mamá? En fin, que la propuesta de Elena empezó a interesarme, no por mi fidelidad a ZP, aunque un príncipe destronado siempre me ha puesto muchísimo, sino porque al fin podía convertirme en esa James Bond en minifalda que siempre soñé ser. ¿Pero si yo iba a hacer las veces de D’Artagnan, quién era la reina de la historia y, sobre todo, quién era Milady y, aún más importante, quién las peinaría a ellas?

“No creas que no estamos al tanto de tus coqueteos con la derecha en este último año. ZP desconfiaba de ti pero yo, que soy mujer de izquierdas con afición por las pieles, sé que a veces puede resultar confuso. Qué me dices.” Intenté disimular el entusiasmo: “Ya sabes que desde que la Bodega empezó a cerrar plazas en el Orgullo, he vuelto a recuperar la fe en el socialismo.”

Y entonces me explicó la misión, que tenía mucho de fe, de orgullo y de socialismo. En su último viaje a España, a esa España que será emancipada o no será, el Papa Benet XVI, como allí le llaman, perdió un anillo en un lugar de dudoso nombre. Alguien lo encontró y lo puso a la venta en e-Bay. Rouco Varela, que es aficionado a la venta de joyas por catálogo, lo reconoció y empezó a pujar por él, discretamente, para no llamar la atención. Tenía pensado hacerse con el anillo, lucirlo en la próxima visita de Benedicto a Madrid y después contarlo todo en la COPE al más puro estilo intriga vaticana. El escándalo estaba servido. No obstante, cuando Rouco informó de su objetivo a Ana Bodega, uno de nuestros infiltrados en la concejalía de medio ambiente, ex de una gran-gran amiga mía para más inri, famosa en el Madrid de los osos sin madroños, se enteró de la trama y nos informó. Desde entonces, ZP empezó a doblar cada puja de Rouco. Sonsoles puso el grito en el anfiteatro segundo cuando descubrió la afición por las sortijas de su marido. “¿Qué les pasa a los expresidentes socialistas cuando dejan Moncloa? Las de Felipe por lo menos eran más zen, no tan barrocas”. “Contente, Sonso”, tuvo que tranquilizarla Elena, no sin antes ponerla al día de todo. “Tenéis a todo el Teatro Real a vuestro servicio, lo que sea por cerrar esa boca de rape de la Bodega”. Pero como siempre ocurre en la política y en el amor, cuando crees que lo tienes todo bien atado, acaba saltando la liebre: de repente, apareció un misterioso postor que fue quien se hizo con el anillo. “Nos hemos puesto en contacto con él vía Facebook y, aunque nos ha dejado muy claro que piensa votar a UPyD en las próximas elecciones, con tal de joder a la Bodega y a Rouco está dispuesto a colaborar con nosotros. Sólo ha puesto una condición: que seas tú quien recoja el anillo en Barcelona.” “¿Por qué yo?”. “No lo sabemos, sus instrucciones han sido muy crípticas: debes ir donde el corazón te lleve”. Venga, hasta luego.

Lo primero que hice cuando llegué a casa fue ponerme en contacto con mi amiga famosa en el Madrid de los osos sin madroños para comprobar la veracidad de la historia del infiltrado en medio-ambiente. “A mí no me preguntes, a los exes ni un tweet”. “Cuánto rencor, chica”. “Yo lo que quiero es estirar la pata y que alguien apague la luz”. “Tú lo que necesitas es un chulo que te devuelva la fe en el vello masculino”. “Eso se acabó, y ya no digo más na. Te dejo que empieza la final de Supervivientes”. Colgué preocupada. Lo que tiene esta mujer con Supervivientes no es normal.

Llamé a otra gran-gran amiga mía, Annabella de Vil, aprendiz de travesti o NATP (No aprendas tanto, pequeña), traductora en sus ratos libres. “Nena, llego a Sants en el AVE golfo, el de las 12:00 pm. No tienes por qué ir a recogerme, pero sería un detalle muy fino”.

Aprovechando las rebajas y el cheque en blanco de la Benarronchas, salí a buscar algunos trapitos de charnega agradecida (con nivel C de Catalán). Me compré tres polos en Armand Basi (cuatro hubiera resultado irracionalmente exuberante, ahora que parece que entramos en una segunda recesión), unos pantalones elegantosos y supertendencia en G-Star y unos zapatos como los que lleva el Marc Giró en uno de los vídeos de la TV3. En realidad, los zapatos me los había comprado antes de vérselos, pero por mucho que lo jurara nadie me creería.

El AVE Madrid-Barcelona ha marcado mi vida, casi tanto como a Magdalena Álvarez. Fue en Barcelona donde empecé a ponerme las tetas y será en Madrid donde, si Dios quiere y el Papa me da su bendición después de encontrar el anillo, mi cuerpo y mi alma se fundan en uno.

La Vil vive en Gracia, donde lleva una vida muy parecida a la de otra Annabella (la Sciorra) en Brooklyn, y no lo digo sólo por su papel en Jungle Fever. Como conoce mi fracaso con la dieta Dukan, me había preparado unos lomos de salmón (la Sirena) riquísimos a la plancha. Después de pimplarnos una botellita de blanco, llamé a La Paula. Soy de la opinión de que lo primero que hay que hacer cuando llegas a una ciudad es quedar con algún ex. Además, La Paula, desde que se ha retirado del ambiente, está más al día que nadie de todos los safareigs de Barcelona. Quedamos en el Gimlet de Sant Gervasi. Mi principal objetivo era averiguar el nombre del local donde Benet había perdido el anillo. No fue difícil sonsacárselo. El antro en cuestión era el Black Room, donde los domingos se celebra la fiesta Mr. Culazo (un concurso de culos). “Tú sabes algo más que no me estás contando, Pau, cariño, desembucha”. Las catalanas después de tres cócteles son muy deslenguadas. Después de cuatro gin-tónics, explicarle que en Madrid no tenemos camareras como la del Gimlet y repasar a todas nuestras amigas de la época del Campo, conseguí que cantara: supuestamente a Benet le llamaban “La chupete” en el Black Room y digamos que la noche de autos perdió el aro del chupete en santa parte del ganador al “Culito respingón de la noche”. Si la historia de Pau era cierta, el plan de Rouco se empezaba a poner de un color muy feo.

martes, 9 de agosto de 2011

Who the fuck is Mick Jagger

Sólo anunciar que después de reflexionar en estas pseudo-vacaciones, he decidido que voy a responder siempre a los comentarios del blog, a ver si os animáis a escribirme más. Aquí os dejo un vídeo para subir (aún más si cabe) la temperatura. Y pensar que casi nos chocamos las tetas cuando me lo encontré en la sauna de mi gimnasio...

2017: tibio y desafecto

Ay, que ya nadie se acuerda de 2017. Aquí va mi resumen: Lo mejor del año  * La frase de "Juego de Tronos": “Maybe it real...