viernes, 28 de agosto de 2015

A doctora não

El avión sobrevuela los tejados rojos de Lisboa tan bajo que la ventanilla parece una imagen de Google Maps. Mientras esperáis la maleta, llega un grupo de pilotos uniformados caminando a cámara lenta. Antes de que puedas decir “¡Pero bueno!”, aparece tras ellos una fila de azafatas de Emirates Airlines: trajes-chaqueta beige (o color camel, si se puede decir) con falda plisada que al andar deja ver unos pliegues rojos, a juego con el color del sombrero, casi rondeño, del que cae un velo blanco como de Laurence de Arabia volviendo de una noche loca. Eppure tu sai bene che una ragazza come me non scherza con l’amore…

Ya en el taxi, miras nervioso por la ventana, consciente de que cualquier gesto o mirada del taxista puede marcar el tono del viaje. A Adolfo los nervios (o la emoción) le dan por hablar. Dejáis las maletas y vais a reunirnos con Josefina, Mari Carmen y Pepe, que han llegado en coche. Pruebas los buñuelos de bacalao. Al lado de casa, en un kiosco/café de la Plaza de Camões, rodeados de gays que no lo parecen y lesbianas que quizás demasiado, esperáis a que llegue Paco, al que han timado en el taxi cobrándole el doble. Risas. Volvéis al piso a repartiros las habitaciones. Comentáis las fotos del especial Aaaarg del verano: tu dosis de autoestima. Mari Carmen no da crédito a que leas el Cuore y veas el Sálvame. Odisea para encontrar albahaca para la cena en el centro de Lisboa. Paseo hasta la Plaza del Comercio, subida a la Alfama. Cerveza en una terraza al lado del castillo viendo atardecer hasta que se levanta un aire frío que os obliga a iros. El piso de noche es si cabe más de ensueño. Al fondo, el puente del 25 de abril, iluminado con unas luces que cuelgan como guirnaldas de las rejas del balcón, imprime a las vistas ese aire de gran ciudad que tanto te gusta.

Antes de salir, brindáis por los viejos tiempos de la carrera, recordáis anécdotas delirantes y hacéis algunas coreografías. Ya en la calle, con un frío que pela, llegáis a la Plaza del Príncipe Real y luego bajáis al Finalmente, que está vacío. Las chicas os miran decepcionadas y no tardan en coger un taxi de vuelta. Adolfo las acompaña. El resto recaláis en un bar de osos que está cerrando donde os explican que el Finalmente se pone bien de 3 a 6. No os mienten. Lo que no os comentan es la peste a tabaco que echará la ropa al día siguiente. De pronto le ves: rubio, alto, ojos claros, con un aire al cantante de Bright Light Bright Light. No sabes qué tienes últimamente con los rubios. Por últimamente entiéndase los últimos 20 años. No parece portugués, pero no sabes por qué tienes claro que lo es. No habláis en toda la noche. Sólo bailáis mirándoos de vez en cuando. A Paco le meten mano.

El miércoles vais a Belém, a ver el monasterio de los Jerónimos. Pero antes, un pastel de nata en una Manteigaria de la Rua do Loreto a la que le echaste el ojo el día antes. El dependiente, simpatiquísimo, pega la hebra con Pepe y os cuenta toda la historia de los pasteles y por qué los de Belém tienen la fama, pero los suyos son mejores. Tiene unos ojos que desvirtúan la calidad del pastel, que está exquisito.

El viaje de calor infernal en el tranvía te quitan las ganas de subirte a otro en toda la semana. Ya en Belém, visita guiada al alimón por Pepe y Paco al monasterio. Divertidísima. Este show se llama diosa, no estudiosa.

- Pepe: Celda, celda, celda.

- Paco: Confesionario, confesionario, confesionario.

Cinco Bacalhaus à Brás echados atrás por un gusano en la ensalada, termináis en lo que días más tarde descubriréis es una cadena de hamburgueserías bastante decente, Honorato. Cogéis el tren hasta Estoril para ir a la playa un rato, que es lo que más apetece después de tanto turismo. Siempre pensaste que Estoril estaba más al norte y que era interior. La playa se parece un poco a la de Sitges, mucho más pequeña y sin mariconismo, con un castillo en vez de una iglesia. A la vuelta, visita al lavabo de carretera más inmundo de Portugal, en una estación de servicio al lado del Casino, donde aprovecháis para comprar el Hola. En el tren de vuelta, a Adolfo y Paco les da un ataque de risa con las fotos de la boda de Andrea Casiraghi.

Tras la cena, Adolfo tiene un discurso preparado que parece la antesala de una noticia o muy buena o muy mala, pero que no es ninguna de las dos cosas, sólo el arrobo que siente de que estéis todos juntos. Josefina te regaña porque interrumpes mucho. Termináis todos llorando. Esa noche salís sólo los chicos. Primero, a las cuatro esquinas, en el Barrio Alto, donde las maricas portuguesas toman la primera copa. Como la noche anterior, te encuentras a medio Madrid. Después, al Finalmente, donde vuelves a verlo. Os miráis de vez en cuando, pero prefieres subirte al escenario a bailar con Adolfo.

A la mañana siguiente, todos se van a la Fundación Gulbenkian, tú a dar una vuelta por el centro, tomarte un pastel de nata, ir de tiendas. Te compras una camisa de chorreras y tachuelas imposible. Reservas mesa para la noche. Paco vuelve para comer contigo. Coméis en el Indio, un lugar bastante famoso de comida tradicional (no india) que hay al lado de casa. Pides bacalao, pero te lo dejas entero: está demasiado salado, duro y con cierto regusto. Los boquerones de Paco no están muy allá tampoco. No entiendes las colas que tiene todos los días para comer. Paco dice de ir a la Rua do João V, que ha leído que estaba muy bien de tiendas. Cogéis un taxi como buenas burguesas catalanas y allí que nos plantáis. En la calle sólo hay clínicas y alguna que otra tienda de comida para perros. Risas. Bajáis a Príncipe Real por Escola Politécnica y, cuando ves el cartel de O tempo, la obra de teatro de Lluïsa Cunillé que está anunciada para noviembre, recuerdas que ya has pasado antes por ahí en el taxi del aeropuerto. Cuando estáis llegando a la Rua do Pedro V, Paco te confiesa se ha confundido de rey y esa era la calle a la que quería ir. Os tomáis un café en la terraza del Embaixada, en un jardín recoleto y romántico, sin ser vosotros nada de eso.

De vuelta en casa, haces un poco de turismo repasando el catálogo de la Gulbenkian que ha comprado Paco. Esa noche es la cena de despedida en Flores do Bairro, el restaurante del Hotel Barrio Alto, en la Plaza de Camões. La comida es correcta, pero no mata, para ser un hotel de 5 estrellas. Lo mejor, el Bacalhau à Brás deconstruido, aunque para disfrutar una deconstrucción, siempre es mejor haberlo probado muchas veces construido.

Al principio ibais a ir a la Lux, la discoteca fashion de Lisboa, pero las chicas quieren madrugar al día siguiente parar ir a Sintra y, después de la decepción de la marcha mariconil del primer día, cancelan. Os tomáis una copa en un bar hipster con música en vivo y peluquería. Después, cada uno a su templo. En el bar de osos, Paco está sembrado con el camarero, que acaba subiéndolo en volandas. Os tomáis varios chupitos de Jägger y os hacéis unas fotos con unos sombreros mejicanos que al día siguiente, obviamente, no recordarás. El grupo que conoces de Madrid se van a la Lux, pero como no son muy simpáticos, preferís volver al Finalmente. Oh, no, otra vez tú, oh, no, otra vez Warhol. Tu chico definitivamente piensa que Paco y tú sois novios pero, aún así, sigue flirteando. En el Finalmente no tienen Jägger, así que al poco hacéis como Azúcar Moreno cuando no les funcionó el playback, os vais.

El viernes, bajas al centro con una guía de sitios de interés que subrayaste la noche anterior. Descubres tu tienda favorita de Lisboa, Loja da Burel (www.burelfactory.com), donde tienen mantas y complementos de lana prensada de Burel, entre ellos, una mochila/zurrón de lana y cuero que da gritos para que te lo compres, pero no te decides. Cuando Paco se levanta, decidís dar una vuelta por el barrio de Estrela, a la izquierda de Barrio Alto. Bajáis por Rua Poço do Negros y descubrís una Lisoba marinera y destartalada, menos turística y monumental, más parecida a la imagen que tenías de la ciudad antes de llegar. Comes sardinas en una tasca de toda la vida y luego dais una vuelta por la avenida del 24 de julio, donde descubrís algunas tiendas de diseño y artesanía alternativa bastante curiosas. Paco quiere hacer algunas compras de ropa, así que volvéis al centro. Después, un café en Rua de Ivens, en una cafetería encantadora cuyo nombre no apuntaste. Sólo recuerdas una pared forrada de posters, la mayoría alemanes, entre ellos uno con la cara desafiante de Romy Schneider fumando, de L'enfer de Clouzot. Lees la prensa y apuntas algunas recomendaciones. Entre ellas, la película Descarrilada (Trainwreck, de Judd Apatow), sobre una party girl. Le comentas a Paco que sois as descarriladas del viaje.

Has reservado para cenar en el By the wine con Paco, pero Adolfo insiste en que cenéis todos juntos, que es la última noche. Cuando llega la excursión de Sintra, os arregláis y bajáis al centro. Después de un paseo demencial por los restaurantes más turísticos de Rua da Prata, termináis en otra tasca de toda la vida. Para entonces te has convertido un poco en A doctora não en lo que respecta a la restauración portuguesa.

Volvéis al apartamento a tomar unas copas antes de salir, pero no encontráis hielo en ningún badulake del centro. Además, hay un sentimiento triste de despedida en el ambiente que cada uno disimula como puede, en tu caso, bebiendo gintónics sin hielo como la descarrilada que eres. Josefina, Maricarmen y Pepe se acuestan porque tienen que madrugar para la vuelta. La verdad es que Adolfo tenía que haber dejado el discurso para el último día. Al final, sólo salís Paco y tú. Hacéis la ruta habitual y, como por fin es viernes y hay más discotecas abiertas, decidís ir al Construction. Cuando llegáis, te das cuenta que es the place to be. Hoy has decidido hablar con tu chico, pero por lo visto se ha cansado de tanta mirada y ha ligado con un guiri de muy mal pelaje. El resto de la noche no lo tienes muy claro. Por lo visto os fuisteis del Construction porque a Paco no le gustaba la música y luego intentasteis volver y no lo encontrasteis.

Día de vuelta. Desayunáis en el café de Romy Schneider y os pasáis de nuevo por la Loja de Burel, para darle la última oportunidad a la mochila/zurrón, sin éxito. Volvéis por las maletas y cogéis un taxi juntos al aeropuerto. Cuando pasáis por la plaza de toros, te das cuenta que no es el mismo camino que el de la llegada. El taxista os cuenta que va a ir este verano a Magaluf con su mujer a pasar una semana. No le decís nada, porque ya tiene los billetes comprados.

Paco coge antes su avión. Adolfo y tú tenéis que esperar un buen rato. Mientras te terminas una lasaña que no puede tener un sabor más internacional, Adolfo se acerca al spa del aeropuerto a preguntar precios, pero no tiene piscina, es sólo de masajes y pedicura. Os miráis alzando las cejas y poniendo los ojos en blanco, ese gesto que hace tanto Jane Fonda en sus últimas películas.

En el avión ya empiezas a echar de menos Lisboa: la familiaridad de las buganvillas en la carretera del aeropuerto; el frío glaciar del agua de Estoril; el vinho do Porto con queso; subir por una colina sin tener ni idea de lo que hay al otro lado; los turnos de las duchas (no hay nada más veraniego); la Rua do Loreto... también las cosas que te han faltado: el lapislázuli de la Iglesia de San Roque (ibas tan obsesionado buscando a San Antonio en todas las iglesias que te lo perdiste); llevarte el ordenador a los cafés para escribir; una tarde en la playa de Caparica.

Sólo te has traído un souvenir, un San Antonio, patrón de las causas imposibles.

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Ay, que ya nadie se acuerda de 2017. Aquí va mi resumen: Lo mejor del año  * La frase de "Juego de Tronos": “Maybe it real...