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"A final de la primavera de 1906 asistí en Sevilla a una salida de tropas destinadas a Marruecos. El embarque se efectuaba en el Guadalquivir. Eran las once de la mañana. Las tropas acababan de montar a bordo; en el muelle y las orillas del río una multitud se despedía de los que partían. Madres, hermanos, novias lloraban; los jóvenes soldados trataban de mantener el tipo; los hombres ocultaban su emoción. Acababan de quitar las pasarelas que unían el barco a tierra. Se había oído la señal de salida cuando descubrieron que la marea aún no estaba bastante alta en el río y había que esperar un poco antes de ponerse en camino... Entonces, en ese momento suspendido entre haberse dicho adiós y no zarpar todavía, al coronel se le ocurrió dar la orden a los músicos del regimiento de tocar sevillanas. Todo el mundo se puso a bailar: las tropas a bordo, los parientes y amigos en la orilla. Cerca de mí una muchacha giraba sonriendo, con los ojos aún bañados en lágrimas. Este inolvidable espectáculo duró lo que duran varias sevillanas. El río había crecido. El barco se puso en marcha. Se agitaron los pañuelos y se volvió a llorar".
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