viernes, 13 de marzo de 2009

Bette Davis

Recuerdo ver las películas de Bette Davis con mi madre de pequeño, antes de que se pasara al hardcore y a las películas de Chuck Norris. Me encanta volver a recuperarlas, no sólo por nostalgia: aunque la mirada sea irremediablemente irónica, considero que detrás del melodrama hay mucha verdad.



La extraña pasajera (Now, Voyager, 1942) de Irvin Rapper

Esta película podría incluirse en el género de películas de spinsters, que de repente tiene una representación más amplia de lo que pensaba en Hollywood. Pero what a spinster… Bette interpreta a una hija no deseada que con los años se ha convertido en una solterona neurótica al borde de un ataque de nervios subyugada a una madre autoritaria. Afortunadamente, el psiquiatra le recomienda un crucero (se lo anuncia con unos versos de Walt Whiltman, de donde se extrae el título en inglés) del que vuelve como una mujer segura, independiente, fashionista y más delgada. El milagro, cómo no, se debe a un affair con un hombre casado que viajaba en el mismo barco. El melodrama está servido. Hay frases antológicas, como cuando ella le dice a él: “I’m immune to happiness and to burn”. En fin, no cuento nada más, pero digamos que el final no tiene desperdicio. Con esa frase que ha pasado ya a los anales del cine: “No pidamos la luna si tenemos las estrellas”.



Amarga victoria (Dark Victory, 1939) de Edmund Goulding

En esta película Bette interpreta a una joven rica y alocada que descubre que tiene un tumor y que va a morir. Por supuesto, se enamora del médico que la trata, pero le dan dos años de vida y le explican que antes de morir, perderá la vista momentáneamente. Se casa con él y deciden vivir juntos en el campo el tiempo que les queda. Al final, un día, cuidando las flores de su jardín bajo un sol de justicia le dice a una amiga que está de visita “Se está nublando”, a lo que la amiga responde “Para nada”. Y entonces se da cuenta. El marido está arriba preparando un viaje a un simposio de medicina porque todavía tiene la esperanza de curarla. Ella le dice a la amiga: “A mi marido, ni mijita”. Sube las escaleras a tientas y se despide de él al tiempo que le hace la maleta, totalmente a ciegas, como se puede ver en el vídeo que incluyo. Lo mejor es cuando baja las escaleras y se para y le dice: “Cariño, ¿he sido una buena esposa?”. Para mí no hay nada reaccionario en esa pregunta. No: es un cara a cara con la conciencia de cada uno.

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