miércoles, 30 de septiembre de 2015

La perpetua virginidad del traductor

“El hombre prudente debe amar a su esposa con fría determinación, no con cálido deseo (…) Nada más inmundo que amar a tu esposa como si fuera tu amante”.

San Jerónimo.



Hoy, 30 de septiembre empieza oficialmente la rentrée. Es San Jerónimo, patrón de las bibliotecas, los estudiantes y los traductores. También fue el mayor defensor de la virginidad perpetua de María y de las vírgenes en general (incluso dentro del matrimonio). Como las monjas, huerto cerrado, la mujer debía conservar su pudor, sin salir de casa, salvo al templo (en mi caso, el Bearbie).

San Jerónimo, para hacer penitencia por sus pecados de fuerte sensualidad, se fue al desierto de joven sin más compañía que escorpiones y bestias salvajes (“los fuegos de la voluptuossidad crepitaban en un hombre casi muerto”). Más tarde le encargarían traducir la Biblia. Se cuenta que le cortó la oreja a un burro para usarla de marcador/papel secante para la Vulgata que estaba traduciendo y desde entonces los traductores se cuelgan una oreja de burro del ojal (en alemán, el doblez que se hace a las hojas para marcar los libros se llama Eselsohr, oreja de burro, y por extensión la pestaña Favoritos o Marcadores de los programas).

Hay quienes comparan la labor del traductor con la de la virgen María: alguien que debe ser mero portador de una semilla ajena (Dios/el autor del texto). La traducción como un parto virgen. A todos ellos, les pido perdón.

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