jueves, 26 de noviembre de 2015

Lo que va de un binge-watching a un gangbang

En este mundo de abstiencia secundaria (para el que no lo conozca, pulsar aquí) que le ha tocado a uno vivir (y puedo incluir cien motivos más de los que cita el NYT), empezar a ver una serie cada vez se parece más a liarse con un desconocido. Por eso las series inglesas son las mejores, porque sabes que normalmente no pasarán de las 6 citas y, en el caso de que te empiecen un día a hablar de creampies (como me ha pasado, de hecho, con la segunda temporada de Catastrophe), puedes dejarlas sin demasiados remordimientos. No que yo tenga muchos problemas con el clousure (obsesión por terminar aquello que se empieza), ni con el beginning, puestos a ser sinceros. Puedo empezar una serie por la cuarta temporada o el último capítulo de la primera, como puedo dejarla después de cinco temporadas de absoluta fidelidad si un día me tose lo más mínimo.

En fin, que lo único que quería era poner este vídeo que me hizo gracia el otro día antes de que deje de ver la serie y le coja manía.

martes, 10 de noviembre de 2015

De pobres

No puedo estar más contento con la noticia de la OMS contra la carne procesada, no sólo porque me pilló en el pueblo y me abandoné a desayunar molletes de lomo metío en manteca (yo, que soy muy de ayunarle al desayuno), sino porque se acabaron las colas en la sección de embutidos de El Corte Inglés y presiento una caída del precio del jamón de bellota.

Presentir una caída del precio del jamón de bellota es de pobres. 

El título de la obra de teatro “Arsenic and old lace” es una parodia del título de una novela rosa llamada “Lavander and old lace”. Aquí se llamó “Arsénico y encaje antiguo”, aunque hubiera sonado mejor “Arsénico y lavanda”. El título que tuvo en el cine, “Arsénico por compasión", es muy bueno, aunque un poco spoiler. Por cierto, que a Cary Grant nunca le gustó la película porque estaba muy sobreactuado.

Estar sobreactuado es de pobres. 

Una desventaja del mariconismo es que te gustan tanto las series de hombres como las de mujeres. Este finde he estado enganchadísimo a Crazy Ex Girlfriend y Quantico.

Estar enganchado a las series es de pobres. 

Hace poco volví a ver “Qué he hecho yo…”, que tiene una de las escenas más tiernas del cine mundial, cuando Chus le pide al nieto que le escriba una carta con la letra de Gracia de Mónaco, la pobre.

Tener buena letra es de pobres. 

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Los soldados de la noche

Dos fenómenos crecen paralelos en las principales capitales del mundo, desde Londres a Nueva York, pasando por Madrid. Los locales míticos de la noche caen como chinches, mientras en hoteles, hospitales, metros y cines, las chinches se reproducen como locas. Lo que nadie se ha atrevido a decir es que ambos están relacionados.

Estoy cansado de leer artículos culpando de la decadencia de los locales nocturnos a las aplicaciones para ligar, a la especulación inmobiliaria del centro de las ciudades y hasta a los hierbajos de los gintonics, amén de los que pugnan por convertir en patrimonio de la humanidad garitos y cuartos oscuros donde se enamoraron por primera vez y hoy no entrarían ni las cucarachas.

Por no hablar de aquellos que tienen de chinche la sangre y no paran de insistir en el consabido “no son los locales, eres tú”. Que ya no tienes edad, que ya no ves la vida en technicolor como cuando tenías veinte años… a estos últimos les digo como la Veneno: juguete roto, tú, yo soy un bombón.

Pensar que el ocio nocturno no ha cambiado en los últimos años es como decir que en los años 80 las ciudades eran igual de seguras que ahora, sólo que entonces eras más joven y todo te daba miedo. Objetivamente, la noche ha cambiado, como han cambiado la música y la forma de comunicarnos. Algunas cosas a peor y otras a mejor. Ahora los feos follan más que hace 15 años y yo me alegro mucho por ellos.

Las chinches han estado presentes en la literatura desde Aristófanes hasta Teju Cole. A mí me gusta especialmente una obra de teatro del poeta ruso Vladimir Mayakovsky de principios del siglo pasado llamada "La chinche", una comedia satírica sobre el primer deshielo de la revolución rusa. La chiche que sobrevive en el cuello de la camisa de un obrero renegado al que congelan tras un incendio el día de su boda y resucitan medio siglo después es la metonimia de la resurrección burguesa: hay dos clases de chinches, dicen en la obra, la “cimex normalis” que, después de hartarse y emborracharse sobre el cuerpo de un hombre solo, cae debajo de la cama, y el “philisteus vulgaris”, que después de hartarse y emborracharse sobre el cuerpo de la humanidad, cae encima de la cama. Yo añadiría otra más, la “cimex 2.0”, que viene a avisaros de que pasáis demasiado tiempo en casa. Hay que salir más si no queréis que se os coman las chinches.

Las chinches ya no son, como antaño, algo de cerdos que no se lavan nunca, de cerdos y de rojos, como decía el facha de Wenceslao Fernández Flórez, que dedicaba un artículo del ABC al olor a rojo, una mezcla del “olor a bravío de las bestias montaraces, el de las sentinas, donde viajaban los emigrantes, que es dulzón y se agarra a la garganta, el olor a botica de las chinches gordas (…) Todo Madrid olía a eso (…) Tampoco sería muy difícil explicar la solidaridad de las chinches y las cucarachas con el marxismo. (…) ¿Simpatizan por una análoga tendencia sanguinaria? (…) El marxista respeta a las chinches por un confuso totemismo (…) El marxismo –religión de presidiarios, de fracasados, de envidiosos, de contrahechos, de vividores, de perezosos, de gente de cubil- tenía que oler así”.

No, Wenceslao, ahora las chinches no entienden de clases. Están en los mejores hoteles de Nueva York y en los mejores cruceros; atacan a los hipsters que van a la Filmoteca, como la de Madrid, que tuvieron que cerrar este verano para fumigar; se cuelan en barrios en vías de gentrificación, como Lavapiés; se les dedican canciones, como la de Joni Antequera (Amatria), que dice que cuando se mudó a Madrid las chinches le recordaron que las cosas no iban a ser fáciles.

Las chinches atacan sobre todo una hora antes del amanecer. Si no estás en casa, no te pillarán. Como dice Teju Cole en “Ciudad abierta”: “Eran desvelos primordiales: el poder mágico de la sangre, las horas dedicadas a los sueños, la santidad del hogar, el miedo al ataque de lo invisible”.

Las chinches han vuelto para devolvernos la noche. Hay que respetar a las chinches, como los antiguos marxistas. Algunos remedios caseros para atacarlas son la cúrcuma, la menta, el alcohol o el clavo. No sé a vosotros, pero a mí eso me suena a gintónic.

2017: tibio y desafecto

Ay, que ya nadie se acuerda de 2017. Aquí va mi resumen: Lo mejor del año  * La frase de "Juego de Tronos": “Maybe it real...