viernes, 3 de mayo de 2013

No me toquéis a la madrastra

Tengo una gran, gran amiga mía que siempre me utiliza para eso tan fácil en la vida que es saber lo que no quieres. Ella me pregunta qué pienso de algo y luego opina todo lo contrario. Desde aquí te lo digo, Lady Lánguida, vas a tener que odiar a las madrastras, porque a mí siempre me han caído muy bien. No tanto como a Woody Allen, que se enamoró de la madrastra de Blancanieves cuando fue al cine de pequeño y terminó enamorándose de su propia hijastra con los años. Quizás, si Mia Farrow hubiera sido menos hippie y más madrastra, esto no hubiera pasado, pues esa es una de las funciones de una buena madrastra: controlar el Edipo de los hijos.


Pero vayamos por partes: en un mundo de familias de retales como en el que vivimos hoy día (qué les gusta a los ingleses empezar con topicazos como este), donde las madres se alquilan, se ocupan, se comparten, se ceden, se subarriendan (las abuelas), cada vez es mayor la tendencia a politicorrectizar a la madrastra. Me parece estupendo que se quiera dar una imagen de la madrastra buena pero, por favor, no idioticemos a los niños olvidando a las madrastras malas, que las hay, y mucho.

Es fundamental reivindicar la figura de la madrastra. Empezando porque si Hera no le hubiera retirado el pecho a Hércules, no tendríamos Vía Láctea. Por no hablar de Fedra o Medea. Pero bueno, con los mitos griegos es un no parar: si nosotros somos de taller de patchwork, ellos eran picassianos a la hora de acoplarse. Algo que se volvió a recuperar en el Olimpo de Hollywood, cuyos dioses eran igual de adictos al cambio de pareja en la vida real. Ahí tenemos a Esther Williams de madrastra de Lorenzo Lamas, Elizabeth Taylor de Carrie Fisher o, la madrastra americana por antonomasia, Nancy Reagan, que siempre estuvo ahí para los hijos del primer matrimonio de su marido con Jane Wyman. Pero no todas se llevaron tan bien con sus retoñastros: Nancy Sinatra nunca pudo con Bárbara Sinatra, una showgirl de Las Vegas que se casó su padre, y Mel Gibson hace poco escupió a la suya.

Está documentado que la gran Joan Crawford sirvió de modelo para la madrastra de Blancanieves y, para perpetuar su eterna rivalidad, algunos han llegado a afirmar que la de Cenicienta tiene algo de Bette Davis pero, contra lo que puede parecer, en la ficción de Hollywood, las madrastras no han dado tanto juego.

Me atrevería a decir que las de Blancanieves y Cenicienta son tan icónicas, que su figura se volvió demasiado tópica para los guionistas. Sólo tienen protagonismo en Cara de ángel (Otto Preminger, 1952), donde Jean Simmons está determinada en matar a la suya; en Stella Dallas (King Vidor, 1937), donde una abnegada y loca por los estampados Barbara Stanwyck se da cuenta que su hija estará mejor con su madrastra; y en la que considero la película definitiva sobre madrastras, Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965), donde tenemos por primera vez un duelo de la madrastra buena (María) con la mala (la baronesa).

El oficio de enfermera es propenso a acabar de madrastra, como ocurre en la ficción en Perdición (Billy Wilder, 1944) o en Blancanieves (Pablo Berger, 2012). También el de princesa consorte, como Camila Parker. Y por supuesto el de gold digger, como Carmen Tyssen o Heather Mills.

Me interesan mucho más las madrastras veladas, como la Sra. Danvers, que más que ama de llaves, es realmente la madrastra de Joan Fontaine en Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940); Faye Dunaway haciendo de Joan Crawford en Mommie Dearest (Frank Perry, 1981) haciendo de madrastra de sus propios hijos; Gene Tierney que ejerce de madrastra/cuñada asesina en Que el cielo la juzgue (John M. Stahl, 1945); o la madre impostora de Enredados (Disney, 2010), la última de mis madrastras favoritas.

En resumen, que madre no hay más que una pero, por suerte, madrastras hay de todo tipo y condición. Sólo tienes que elegir cuál quieres ser tú. Yo personalmente me quedo con Angela Channing (de nuevo, Jane Wyman) de madrastra de Richard. Es lo que tiene haberse educado en los ochenta.

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