jueves, 18 de junio de 2015

El perfil del mariquita

El mariquita se cicla en su casa antes de ir al gimnasio. Falta menos de un mes y tiene que estar perfectly perfect para cuando llegue el desfile. Sus vecinos se sonríen y piensan: valar morghulis. El mariquita lleva camiseta de tirantes y el recuerdo de un stinky pinky de la noche anterior. Cuando llega al gimnasio, se siente luz del alba, espuma del río, candelita de oro puesta en un altar. Consulta cómo llevan el ciclo sus amigos en Instagram, a la vez que lanza miradas furtivas a su reflejo en los múltiples espejos que empapelan las paredes del antiguo cine convertido en Health Club. Intenta morigerar su pluma porque sabe que en Grindr los caballeros las prefieren rudas y pasivas. En la sala de zumba, gritan loros, cacatúas y guacamayas. El mariquita tontea con su entrenador mientras le coloca estratégicamente los electrodos que estimularán sus músculos, promesa de felicidad. Vestido de negro a lunares blancos, pareciera uno de esos actores delante de una pantalla verde, que es la vida. El mariquita se adorna Twitter con un comentario sinvergüenza. Hace 15 minutos de sesión y se baja a los vestuarios. Desde que tiene pareja abierta, se siente ligero como una gacela. Borra una foto pre-ciclo que había subido a Facebook y se mete en las duchas. El agua calma los pellizcos eléctricos de la máquina y la mañana se pone extraña, casi se marea.

Los mariquitas beben batidos de proteínas delante de los espejos de los vestuarios.


                                     

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