martes, 21 de junio de 2011

Hacer un serendipity

“Me gusta que seas microbiólogo
Porque vas a necesitar un buen microscopio
Para encontrar mi corazón”

Llevaba yo ya tiempo rumiando cuánto tardaría en aparecer la palabra serendipity en este cuaderno. Supongo que a veces cuesta apropiarse de palabras que sabes pertenecen a otras personas. Por eso te la voy a pedir prestada esta semana, Jota, que me hace mucha falta. Una serendipia no es otra cosa que el acontecimiento de un accidente fortuito, como el descubrimiento de la penicilina o pasar un cásting. Es lo que en castellano mesetero se conoce como chiripa, lo contrario del destino: pensar que estamos controlados por las estrellas, Dios o cualquier otro tipo de plan maestro. Precisamente, el teatro (la comedia y la tragedia, no el drama) se basa en el destino: cuidado aquel que ose retar a los dioses. La serendipia es algo mucho más prosaico aunque, paradójicamente, dé título a una de las películas donde el dios Cupido juega con más cartas escondidas en la manga. Hacer un Serendipity se ha convertido en todo lo contrario de lo que su nombre indica: es sinónimo de coger un avión (o en épocas de menos exuberancia, aunque igual de irracional, un autobús) para buscar a alguien a quien sólo has visto unas pocas horas (o minutos), de quien no conoces el apellido (o el nombre) y no tienes ni su número de teléfono. Para que la empresa tenga éxito, debes tener muy claras las diferencias entre pistas y señales. El lugar del flechazo es una pista. Si vuelves y tiene la persiana bajada, es una señal. El mensaje es que debes seguir tu instinto para descifrar “that exquisite plan”. Si estáis destinados el uno al otro, os encontraréis. Esa es mi parte favorita de la película, cuando ella vuelve a Nueva York después de varios años y sale del Waldorf Astoria, levanta los brazos y espera que el viento, su desodorante o el empujón de algún viandante le indique hacia dónde dirigir su búsqueda.

Ya sé que alguno pensará que en la época de las redes sociales, querer convertirse en el protagonista de un cuento de Alexander Pushkin (imprescindible leer Los relatos del difunto Ivan Petrotrovich) es pretencioso a la par que anacrónico. ¿Pero acaso no lo es cada vez más el amor?

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