domingo, 28 de agosto de 2011

Monseñor, el anillo

Relato de verano

3.

Antes de abandonar Barcelona, recibí un telegrama de las tres travestis mosqueteras desde Granada anunciándome que subirían a Madrid para escoltarme en la entrega del anillo. A buenas horas, mangas verdes y abullonadas. Las mosqueteras, siempre que huelen una entrega de medallas…

Telegrama, dirán, menuda antigua. No soy yo mujer de móvil, siempre uso el de de las demás. Al principio sí tenía, cuando parecían walkie talkies y podías utilizarlos a modo de ladrillo en el bolso si te atacaba algún chulo en un callejón. Luego los han hecho tan pequeños, que te hacen las manos muy grandes y se te nota el pescao. A La Brioche no la verán con un i-phone en la mano. En cuanto al Facebook, digamos que considero que las redes sociales son demasiado democráticas.

Ya hablé antes de las travestis mosqueteras, pero mejor me explayo, que luego me acusan de críptica (las mismas que van diciendo por ahí que no tengo Facebook porque no soy fotogénica: y no apunto a nadie, tú sabes muy bien quién eres, guapa de cara). La Pachá es mi amiga más antigua, y no lo digo por echarle años, que no los aparenta, lo suyo más que un pacto con el diablo es una imprimación epoxi. Como a Rubalcaba, a mí no me duelen prendas en reconocer los méritos de la competencia, sobre todo cuando sé por su hermana (la artista antes conocida como La Prima) que sólo usa cosméticos del Mercadona, lo cual sumado a su pelucón a lo Rosa Díez, hacen que obre el milagro cada vez que los porteros la dejan entrar en Pachá, su templo por antonomasia. La Mandonguilla es harina de otro costal, y no lo digo porque esté estropeada, otra que tal baila (más que un conejito de Duracell, si no a qué el tipazo que ha conseguido, ella, “que en el colegio era una albondiguilla”), sino por lo que le gusta la harina, no sé si me entienden (pun intended). En términos papistas, podríamos decir que tiene la bonhomía de Juan Pablo con ese punto picarón que gasta Benedicto en sus noches locas y el culo inquieto del Papa Peregrino. La última, y no por ello la peor, La Balnearios: básicamente sevillana. Es la más señora de las tres, y lo digo en el buen sentido, no sólo por lo estiradísima que está, sino por su afición a las mantillas y los mantones de manila. A su lado, Cospedal en el Corpus es una indignada de la Puerta del Sol. Y que conste que no comento nada de esto con ánimo de zaherir: cuando una travesti critica a otra travesti, es como si se criticara a sí misma.

“¿Dónde vais tan puestas?” fue lo primero que les dije nada más pisar Atocha. Las tres hijas de puta se habían puesto de tiros largos para dejarme a la altura del betún. Menos mal que antes de llegar, me había pasado por el baño del AVE a cambiarme de modelito como hacía Lauren Bacall en “Mi desconfiada esposa” antes de llegar a Nueva York ante los ojos atónitos de un Gregory Peck mejor afeitado que cualquiera de las mosqueteras. “Acompañadme a casa que me cambie, que no puedo ir al Thyssen de esta guisa”. Siempre que nos reunimos, lo primero que hacemos es ir a la terraza del Thyssen a contarnos lo estupendas que estamos. El Thyssen es como nuestro Tiffany’s: un lugar donde no puede pasar nada malo y la prueba fehaciente de que nunca es tarde para encontrar un barón.

Después de cambiarme de nuevo, cogimos un taxi al Paseo del Prado y pasamos por el dispositivo que estaban montando para la llegada del Vicario de Cristo en la plaza de la Cibeles. La carta del restaurante del Thyssen no es nada del otro mundo, pero como en las obras de Chéjov, en toda comida de travestis lo mejor es siempre la sobremesa. Empezamos comentando el nuevo chulo de Armani y terminamos hablando de literatura hispanoamericana. La Mandonguilla metió la pata cuando confesó que no conocía a la Bolaño. Va por ahí dándoselas de lingüista de reconocido prestigio, aunque al prestigio de su lengua le cabe una ristra entera de adjetivos. Y no lo digo como reproche, porque cuando una travesti le reprocha algo a otra travesti es como si se lo reprochara a sí misma. Nosotras somos conscientes de que el nuevo siglo se nos ha echado encima como un tsunami, pero bastante tenemos todas las mañanas con recomponernos el careto como para encima tener que estar al día de los últimos booms literarios.

Del Thyssen nos fuimos al mercado de San Antón, el mercado de las marricas (así, con dos erres) de Chueca, donde quedamos con mi hermano para tomar algo en la terraza. Tuvimos suerte de encontrar mesa, porque de todos es sabido que en Madrid, cualquier cosa que huela a mariconeo es una merienda de negros. “No sé si os lo he contado”, empecé a explicar a las periféricas para que se sintieran un poquito más provincianas, “pero si en Barcelona están de moda los restaurantes clandestinos, con nombres tan imaginativos cómo el Chi-Tón o el Don’t Tell, en Madrid la tendencia va más hacia el modelo del chef privado en casa ajena o propia”. La Mandonguilla, que es más larga que ancha, lo pilló al vuelo y empezó a trabajarse la entrepierna mental de mi hermano: “Yo compro unos carabineros, que todavía saliveo cuando recuerdo el Bloody Mary de carabineros que nos hizo Juan Carlos en Nochevieja hace dos años”. Mi hermano, más ancho que Pepe el Romano, aceptó el envite, así que todas cerramos el abanico y nos bajamos al mercado a avituallarnos para la noche cantando el “Kusha las payas” de Las Ketchup. Todas menos La Pachá, que iba protestando: “Que luego nos toman por andaluzas”. La Balnearios, herida de pundonor, le dio con el bolso en la cabeza.

No me gusta darle la razón a La Pachá, pero es cierto que desde “La ley del deseo”, en Madrid ser andaluza ya no es moderno, ahora hay que ser marica vasca, pija simpatizante del 15-M o directamente humorista manchega. Así de triste está el patio.

La bouffe fue copiosa y espléndida, lo que viene siendo una jam session culinaria. El punto snob lo pusieron los Espárragos Colombianos, que no son colombianos sino de la Sierrecilla de Humilladero. Si se llaman Colombianos es porque no se comen, sino que se esnifan. Mi hermano los prepara reduciéndolos en una cocción lenta y luego criogenizándolos. Es más complicado que todo esto, pero el resultado es un polvo de espárragos que se esnifa de un plato-espejo con su turulo y todo. La Pachá daba gritos de placer cada vez que se metía un tirito. Luego vino el Bloody Mary de carabineros y la Mandonguilla nos hizo su coreografía del instituto del “Dont’ leave me this way”. A continuación, los Flamenquines de La Laguna, que La Balnearios celebró arrancándose a bailar su propia versión de la “soleá del mantón” de Blanca del Rey. Por un momento, me sentí Jennifer Aniston en el Corral de la Morería. Y, por último, el Steak Tartar con patatitas primor, todo ello bien regado con caldos del Penedés y Toledo. De cómo acabó la noche no recuerdo mucho, aparte del incidente. Sé que nos separamos: mi hermano y la Pachá se fueron a su templo, y el resto al nuestro. No fue hasta la mañana siguiente que pasó lo que pasó.

Mirando hacia atrás puede resultar hasta cómico, pero en su momento el incidente fue más grave que una redada de policías cachondos en el 15-M. Mientras el resto dormía, me levanté y me fui a la cocina a preparar el desayuno. La casa empezaba a oler toda a café Illy, oí a alguna mosquetera entrar en el baño, puse la música bajita, la séptima de Beethoven que me había regalado La Pachá, alguien subió la persiana, todo empezaba a encajar en ese puzle que es un domingo de resaca, cuando abrí la nevera y di el grito. Todas se asustaron pensando que había visto a un fantasma o mi reflejo sin maquillar en el espejo. Era peor. En la bandeja de cruasanes de la iaia faltaban diez cruasanes, que no es que nos dejara sin desayuno, quedaban unos cincuenta, pero justo faltaba el de la esquina donde había enterrado el anillo del Siervo de los siervos. Una de las mosqueteras se había puesto púa de cruasanes al volver de marcha. La Balneario se desmayó directamente cuando les conté lo que había pasado, La Mandonguilla se fue corriendo al baño a vomitar y La Pachá dijo: “Yo me bajo a San Ginés a por unos churros, que no tengo ganas de drama”.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

El reparto de cruasanes ya veo que no es democrático, ni por muy andaluza que una sea, o guapa de cara, en su defecto.

Anónimo dijo...

Me has alegrado la noche, hijo. Qué oportuno para el último domingo del mes, ahora que hace casi un mes de "las noches de autos" (locos).
Un beso y hablam. Ad.

p.d. la palabra que me ponen como verificación de que no soy un cyborg es "poliest"... toda una señal de fibra sintética, my dear.

Anónimo dijo...

Aunque yo solo me comí dos :) Deseandico estoy por ver cómo avanza la trama... Ad.

p.d. la palabra ahora es "codey" ¿?

P dijo...

Guapa de cara, te los has perdido porque has querido, aunque en octubre me traeré otra remesa. Putons.

P dijo...

Mandun, hija, qué me está costando terminar la historia, pero bueno, lo peor para ti ya ha pasado en el cuarto capítulo. Bs.

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