Relato de verano
4.
Todo artista sabe cuándo llega al límite de su creatividad. A mí me llegó en una cena con La Mandonguilla fuera de la ficción de esta historia en la que la pobre todavía no sabía que se había tragado el anillo del Santo Padre, aunque en el espacio-tiempo del relato lo llevaba dentro, como Mia Farrow en La semilla del diablo. La verdad es que no sé como Cassavettes se aguantaba la risa cuando pensaba lo que le había hecho a la pobre Mia porque a mí, cuando íbamos por la segunda botella de vino, empezó a darme una risita nerviosa de no te menees cada vez que pensaba en la metaficción de lo que llevaba dentro.
Pero volvamos a la historia. Ya digo que, creativamente, a partir de aquí todo es cuesta abajo, sobre todo para La Mandonguilla: una lenta cuesta abajo intestinal.
La Pachá volvió tan ancha de comer churros porque ella lo único que tocó de la nevera cuando volvió de marcha eran unos restos de polvo de espárragos que utilizó para hacerse un nevadito. A La Balnearios tuvimos que reanimarla con una botellita de Agua del Carmen que tengo en la mesilla de noche para cuando me paso con el poppers y podemos decir que se salvó por los cuernos: los cuernos de cruasán que era lo único que juraba y perjuraba que había probado, y el anillo, le aclaré, no cabía en ningún cuerno. Así que, por eliminación, sólo quedaba La Mandonguilla, aunque como es atea y fan de Rubalcaba, tampoco se impresionó demasiado. Ni siquiera quiso ir al médico. “Esto lo bajamos con unos cócteles y la mantequilla de unos cuantos cruasanes más”. Menos mal que todavía faltaban tres días para la entrega.
Por la tarde organizamos una “Fiesta Maravilla” en casa. Hicimos unos cócteles mediterranis (la receta es de Sergi Arola: a modo de mohito, albahaca, azúcar moreno, zumo de limón, Gin Mare, Blue Curaçao, Fever Tree) y nos hinchamos de cruasanes escuchando a Merche. Eran las fiestas de Chuecatina, también conocidas como la verbena de la Paloma, así que nos pusimos el pañuelo y la flor y nos fuimos para allá a hacer otro remake de “El Balcón de la Luna” como cada año: “pa nosotras las andaluzas, una amiga es sagrá”. Por el camino nos encontramos con los primeros peregrinos que llegaban a la JMJ y con los futboleros que volvían del Bernabeu de ver el Madrid-Barça. La ciudad ardía en fiestas.
En el Atril estaba el todo Madrid. Nos encontramos con La Vecina y su hermana, que venían de decirle guarra a la Bodega en la procesión de la Paloma. Justo esa tarde me había llamado uno de la secta (que es como se llama en el PP a la sección de Gallardo) para contarme que el alcalde casi le había pasado el bastón a la Bodega cuando le dijo que se fuera acostumbrando. “Pues eso, que se vaya acostumbrando porque yo le he gritado de todo”, dijo La Vecina, amén de gran-gran amiga mía. “Por cierto, Modesto, tengo una sorpresa directamente de Polonia”. Por un momento pensé que sería alguna de mis promesas del este, pero fue aún mayor la sorpresa cuando aparecieron comiendo pipas La Vil con La Light, que se habían venido a ver el Madrid-Barça. La Light venía muy disgustada porque al Madrid le habían robado el partido. “Tito”, le dije, porque además de ligera es sangre de mi sangre, “anímate, cariño, que seguro que aquí ligas con algún hombre que sepa apreciar tus carnes” (digamos que la llaman La Light no sólo porque trabaja en Coca-Cola, que también). La Vil, que llevaba un rato disimulando su alegría culé, aprovechó la reunión familiar para marcarse un chotis con La Balnearios; yo dejé a mi tío en la barra y me lancé a unas sevillanas nada modestas con el dueño del Atril; y la Mandonguilla, aunque está muy casada, no se contuvo de sacar a un jovencito de Cádiz del 15-M a bailar los pajaritos, mientras le explicaba que en los States le llamaban el baile del pollito. Somos una raza de travestis por lo natural bailonga. ¿Y la Pachá? Otra vez se había perdido.
Después de cinco gintónics, me acerqué a la Mandonguilla y le dije: “¿Y si toda la historia del Papa no es más que un sueño que tuve en la piscina y un delirio posterior provocado por el consumo de estupefacientes en Barcelona?”, a lo que ella, que para algo es profesora, contestó dándome una colleja: “Lee la Biblia: el Papa es infalible, está exento de error, vamos, para que lo entiendas, que es como Mary Poppins, prácticamente perfecto en todo. Así que la historia sólo puede ser cierta. Además, maricón, si fuera mentira, no me dolería tanto la barriga”. “¿Cómo, que estamos de parto?” “Acompáñame al baño”. “Cariño, los baños de aquí son como los de Trainspotting, tenemos que buscar un sitio más limpio”.
Salimos corriendo sin despedirnos ni nada en busca de un taxi. La Calle Toledo estaba cortada por las fiestas, así que era imposible. De repente me acordé de un convento que había al lado del Cascorro. “Vamos, corre”. “Si no puedo…” Me adelanté yo para comprobar que estaba abierto. Efectivamente, formaba parte de los centros de acogida de los peregrinos de la JMJ. Lo difícil iba ser hacernos pasar por adolescentes con las pintas de putones que llevábamos. “Hermana”, le dije a la monja que había en la puerta “no la voy a engañar, nosotras somos mujeres de vida alegre, demasiado alegre, si me aprieta, pero para apretón el que tiene aquí mi amiga. Déjenos pasar si quiere hacerle un favor a la iglesia. Mejor no se lo explico, de verdad que no quiere saberlo, pero créame si le digo que para mí el Papa es como Mary Poppins, y si no me cree, rece a Dios y pregúntele, que ya verá como nos deja”. La monja se volvió, miró al cielo y, cuando ya pensaba que nos iba a echar a latigazo limpio, como Cristo a los mercaderes del tempo, dijo: “Pasad, el baño está al fondo a la derecha”. Antes de que terminara la frase, La Mandonguilla ya se había santiguado y estaba dentro del convento. “Hermana, ¿no tendrá usted unos guantes de cocina, no?”
Cuando volvimos al Atril la música había acabado. Yo propuse ir al Why Not?, pero La Mandonguilla me miró con ojos de asesina. La Balnearios me explicó que se había quedado con el disgusto puesto cuando nos vio salir corriendo, porque vale que el anillo hubiera pasado por un concurso de culos, pero dos… La Vil y La Light me miraron con cara de cuándo vas a madurar y La Vecina hacía rato que se había ido porque madrugaba al día siguiente. De repente, noté que no estaba el horno para brioches… me sentí como un niño cuando suena la sirena del fin del recreo. Me senté en el suelo para verlo todo a la altura con la que veía las cosas de pequeña. No es que los niños y los borrachos digan siempre la verdad, es que, como en los dibujos de Mary Poppins, sólo pueden ver en dos dimensiones.
“¿Por qué no vamos a comer algo?”, propuso La Mandonguilla. “Es inaudito que suene más alto un estómago vacío que un corazón triste. Lluïsa Cunille”, respondí. “Qué pesada estás con las citas”, dijeron todas a la vez.
Por lo menos tenía el anillo y ya sólo quedaba un capítulo.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
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5 comentarios:
Ja ja ja. Y pensar que en aquella cena estaba en dos sitios al mismo tiempo... Can't wait for the last chapter!!!!
que fuerte me parece....la ligth???
Luv it! Casi me fracturo el esternón, del descojone. Paqui Cuerpo de Letra.
Light, cariño, da las gracias a que no he puesto tu foto delante del anuncio de coca-cola
Pac y Mandun: ya he puesto el último, hope you like it. Sé que se he tardado un poco, pero es que no puedo con tanta vida social... bs
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