viernes, 1 de marzo de 2013

Black Mirror: ¿distopía o realidad?

¡Oh qué maravilla!
¡Cuántas criaturas bellas hay aquí!
¡Cuán bella es la humanidad!
¡Oh mundo feliz, en el que vive gente así!

William Shakespeare, La tempestad, acto V.

Vivimos en un mundo extraño. Estás anticuado. Tengo un smartphone, luego existo. Cualquier cosa es arte. Tengo centenares de amigos. ¿No lo has visto? Necesito estar conectado en todo momento. Voy a subir esta foto. Soy un fraude. Internet es la nueva democracia. Es sólo software. A veces pienso que tengo Asperger. Todos tenemos talento, sólo hay que trabajar. Demasiadas pocas cosas pasan.

Siempre he sido fan del fantástico británico. Desde que era pequeño y me enganché a “Into the labyrinth”, aquella serie mítica que emitía TVE, pasando por “Red Dwarf”, hasta las recientes “Misfits” o “Being Human”.

Pero si hay algo en lo que los británicos son maestros es en las distopías. Ahí está la santísima trinidad literaria: Un mundo feliz, 1984 y La naranja mecánica. Pueden encontrarse rastros de las tres en algunos de los capítulos de la nueva serie inglesa del momento: Black Mirror (s02-e01, s01-e02, s02-e02, respectivamente). Los americanos no son tan buenos en la ficción distópica (quizás sólo Ray Bradbury), en mi opinión porque Norteamérica vista desde Europa es en sí misma una distopía, una especie de versión beta de nuestro futuro, y ellos, en el fondo, lo saben.

Black Mirror, no hay que ser más listo que tu teléfono para deducirlo, es la distopía del i-phone. El espejo negro que se rompe en los títulos de crédito es el gran activo de Apple: no sólo por lo que cuesta cambiar la pantalla o contratar un seguro contra rotura, sino por la metáfora del espejo roto por la vanidad de la madrastra, que no es otra cosa que la del individualismo narcisista que fomentan las redes sociales. Y su reverso oscuro: el tecno-pánico contra facebook, twitter, cámaras de vídeo, bases de datos personales y todo lo que se nos viene encima. No sé si la obra póstuma de Steve Jobs era ayudarnos a tomar conciencia de nuestra obsolescencia programada, es decir, la muerte a.i. (antes del i-phone), sólo que, después de ver la serie, la vida d.i. se está convirtiendo en un rizoma indescifrable.

Mi pregunta es (y si cambias el día de la semana notarás que no hay cinismo en mis palabras): ¿qué hay de malo en un largo domingo, tirado en el sofá, con el teléfono, la tele y el ordenador apagados, y un libro aburrido que te haga pensar en tu soledad?

No sabéis lo difícil que es hablar de Black Mirror sin caer en el spoiler. Sólo diré que, salvo un par de capítulos flojos (s01-e02, s02-e03), a mí me parece, parafraseando el espectacular final de s01-e01, la primera obra maestra del siglo XXI en lo que a televisión se refiere.

Corolario: hace tiempo que vengo oyendo a la gente quejarse de que está harta de dramas y sólo quiere comedias, la gente con problemas se considera gente tóxica, se huye de ellos como si fueran zombies, los gays vuelven a estar de moda porque son gente alegre… es como un remake malo de Un mundo feliz. Cuidadito, Pedro Almodóvar: cuando crece la demanda de algo, sube su precio pero baja su calidad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta esta serie. Pozi no te engaño.

Anónimo dijo...

Jo no sé si tindrà res a veure la vacant en seu pontifícia, però jo a aquest blog cada dia li veig més to d'encíclica "reprochona"... Et tenim content, veig, els de la Congregació per a la Doctrina de La Teva Fe. En qualsevol cas, al meu entendre, de la gent tòxica (amb problemes o sense) cal fugir, però no per zombies, sinó per vius, massa vius. Jo personalment simpatitzo amb els zombies, molt més que amb els vius que es creuen tan i tan vius. No puc amb la seva condescendència.

A de V

Anónimo dijo...

Per cert, que seguint la paraula del Sant Pare i per expiar culpes, he anat a veure Blue Valentine i he constatat una cosa que sospitava: l'alopècia masculina és una de les millors metàfores de la desesperança pel pas del temps, una autèntica putada.

A de V

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