Para romper el hielo, o quizás debería decir el cortafuegos, te envié por whatsapp un instagram del día que nos conocimos en persona. En línea nos conocíamos desde hacía mucho más tiempo: era seguidor tuyo en twitter y habíamos intercambiado algunos Me gusta por facebook. No sé si te acuerdas de aquellos tumblr guarros. Hasta el día que nos conocimos en persona, había intentado mantener un perfil bajo para que no notaras lo mucho que me temblaban las teclas cuando intentaba escribirte algo.
Me respondiste al whatsapp con frialdad y descarté el vídeo de youtube que te tenía preparado. Durante semanas no supe nada de ti. No hay nada más triste que el silencio en la red: es el vacío dentro del vacío. Me sentí Giacomo Casanova en su cárcel de Venecia: nunca, nunca en mi vida había tenido un gusto más amargo en la boca. Llegué a pensar que me habías bloqueado.
Cuando estaba a punto de darme de baja de todo y convertirme en un paria web, recibí un whatsapp tuyo preguntándome cómo llevaba el frío. Estuvimos un buen rato chateando de buen rollo, como si estuviéramos tomando un café en una cafetería con los cristales empañados. Como el nivel de tonteo iba subiendo, me atreví a preguntarte dónde habías comprado las camisas de tus fotos de facebook. Me dijiste: invítame a cenar y te lo cuento.
Luego intentamos quedar por varias plataformas, pero nunca nos pusimos de acuerdo en las fechas. Te escribo esto porque creo que no es bueno cifrar los sentimientos en bits. El ordenador me advierte de que estoy intentando enviar un correo electrónico con contenido emocional, que si estoy seguro de que quiero enviarlo. Le digo que sí.
martes, 5 de febrero de 2013
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