lunes, 25 de noviembre de 2013

El aplauso

Sale de la obra y, cuando se da cuenta de que está pensando en tercera persona, no se sorprende lo más mínimo. Hasta cierto punto le tranquiliza. Hay otras formas de soledad que le parecen más escandalosas, como hablar en voz alta, aunque hoy día, con tanto manos libres, supone que pasan más desapercibidas. La obra le ha gustado, pero no tanto como al que tenía detrás, que le faltó tiempo para ponerse en pie y deshacerse en bravos y silbidos, a saber qué tipo de soledad padece, seguramente se siente infravalorado en el trabajo, como si se aplaudiera a sí mismo. El director, bailarín y coreógrafo también hacía lo propio en lo alto del escenario, la soledad del éxito, o a lo mejor aplaudía a la gente como agradecimiento por haber elegido su espectáculo, con esto de los aplausos nunca se sabe. El que más le molesta es el de compromiso, cuando la representación no te ha gustado nada y estás en primera fila y te sabe mal hundir algún exceso de autoestima. Conoce a muchos actores y sabe cómo se las gastan. Recuerda que hace meses fue a ver una obra de un director infantil y terrible, de esas puestas en escena con mucha tecnología que hace que los intérpretes parezcan menos físicos y se dijo: hoy seguro que no salen a saludar al público para hacerse los modernos. Pero se equivocó. Lleva años yendo al teatro, desde que empezó a salir con su ex, un actor inglés devoto de las parejas abiertas, y todavía no ha visto una obra sin reverencia. Ha visto obras sin texto, sin final, sin escenario, sin asientos, pero ni una sola una obra sin el consabido bow. Los ingleses a un golpe en los huevos le llaman hacer una reverencia, recuerda cuando baja las escaleras del metro. Es entonces cuando se le ocurre llamarle para contarle qué le ha parecido, que le gustado, pero tampoco le ha conmovido. Saca el teléfono y busca su número al tiempo que mira alrededor avergonzado por lo que está a punto de hacer. Siente las miradas de desaprobación en el cogote. No lo hagas. Mira que eres arrastrado. Seguro que está con alguno del Grinder. Se lo piensa dos veces y apaga la pantalla. Las señoras con abrigo y perlas que tiene al lado empiezan a aplaudir y a ellas se suman la pareja de hipsters, los jóvenes con las bolsas de bebidas, el grupo de estudiantes de español, los mariquitas cuarentones, hasta que todo el andén estalla en un efusivo aplauso. Se da cuenta que es ahora o nunca. Se agacha unos segundos y, cuando levanta la cabeza, la indiferencia del andén se impone como el silencio después de la batalla.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un aplausito para ti, coño

Anónimo dijo...

Un aplauso para mi gran, gran amiga Zahara.

Aplaudid, coño.

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