jueves, 3 de julio de 2014

Capitalismo bananero

La bandera negra con la manzana mordida que ondea en la Puerta del Sol me recuerda a la bandera del barco pirata de los clicks de Famobil que, para quien no lo sepa, son unos muñecos desmontables originarios de Alemania que sólo podían hacer el saludo nazi con el brazo. Los niños que soñaban con tener el barco pirata de los clicks en los ochenta son los hombres que se compran hoy la gama completa de productos Apple. No importan las limitaciones de compatibilidad, el coñazo de iTunes o que se pasen por el forro los derechos del consumidor (como el periodo de prueba antes de cambiar un producto). Es como intentar explicarle a un niño que un juguete es sexista o violento, no atiende a razones. Incluso a los exApple, exfanáticos de la manzana que la dejaron: 1) por early adopters de las pantallas gigantes de Android, 2) porque las chonis empezaron a llevar iPhone, 3) por llevar varios teléfonos robados y/o perdidos, incluso a ellos, digo, les invade un reconcomillo cuando se despiertan en medio de la noche pensando en la depuración de líneas, el juego de blancos y negros, en definitiva, el minimalismo californiano de la marca. O reconcomio, como lo llama el RAE.

Ayer por fin entré en la Apple Store, en lo que fue en su día el mítico Hotel París (en cuyo bajo estaba el Café de la Montaña, donde Valle-Inclán se quedó manco) o mucho antes la Iglesia del Buen Suceso (donde estaba antiguamente el reloj de Gobernación, i.e, el de las uvas). Llegué esgrimiendo una botella de agua, en homenaje a Valle, pero una vez dentro, entre Managers, Market Leaders, Business Leaders y demás eslabones de la burocracia appleliana, empecé a temer por mi brazo. Para empezar, no hay cajas para pagar. Es tan absurdo como esas casas donde esconden la tele dentro de un mueble para que no se vea. Todo se gestiona con tabletas y minidatáfonos, no hay mostradores, las bolsas salen de cajones escondidos y las facturas, de impresoras camufladas debajo de las mesas. El resultado, unas esperas eternas de gente que no sabe dónde ponerse mientras espera a que le bajen el producto y se cuestiona su afiliación al partido, digo a la marca.

A mí me atendió una chica anoréxica con un uniforme horrible que parecía que se había tomado un tripi empapado en el Vademecum de Steve Jobs, de esa gente que lo intenta demasiado y, por demasiado, entiéndase hasta lo indecible. Mientras me explicaba las aplicaciones del AppleTV, me miraba con cara de oficial de la Stasi, como diciendo: seguro que no has pagado ni una canción del iTunes en tu vida. Me dieron ganas de replicarle: ¿y usted que entiende de eso, majadera?, pero no creo que hubiera pillado la referencia, así que le espeté en inglés: “stay hungry, stay foolish” y salí corriendo.

Ya en la plaza, me encaminé a mis grandes almacenes favoritos donde se mantiene la jerarquía fordiana del trabajo y no parece que estás en una guardería rodeado de niños con problemas de ADHD. Que sí, que el dinero sigue yendo a Tim Cook y sus secuaces, pero por lo menos en El Corte Inglés no se les ocurriría llamar genios a ninguno de sus empleados.

1 comentario:

J. dijo...

Apple es el traje nuevo del emperador del siglo XXI.

Totalmente.

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