martes, 21 de octubre de 2014

Un grave caso de quijotismo

Como decía la inefable Shelley Duvall en Annie Hall: a mí me encanta que me reduzcan a un estereotipo cultural. No es de ahora, de siempre. Pero la otra noche, viendo Smiley (Guillem Clua) en el Teatro Lara la cosa llegó al paroxismo.



Tanto que casi me tienen que ingresar en la López Ibor con una crisis de exceso de empatía envidiosa. Tú coges lo que debió sentir Ripley la primera vez que vio a Dickie en la Costa Azul y le sumas lo que pensó Isabel Allende la primera vez que leyó a Gabriel García Márquez y te quedas corto. Una mezcla de “estás hablando de mí” y “por qué no hablo yo así de mí” rayana en la esquizofrenia.

Para que se entienda. La obra va de un chulazo que sólo se lía con chulazos y un día se enamora de un madurito al que le encantan las películas del Hollywood de los 40. Para colmo, el chulazo está interpretado por un niñato catalán (Ramón Pujol), compañero de gimnasio intermitente desde que llegué a Madrid. La obra llevaba dos años con ganas de verla (estuvo en Barcelona más de un año, primero en la sala Flyhard y luego en el Capitol y el Lliure), porque ya había leído 'Malburg' o 'La pell en flames' del mismo autor y me habían encantado. Guillem Clua además fue elegido hace poco por la revista OUT americana como uno de los 100 solteros más cotizados.

Pero la autoficción era demasiado confusa: el niñato va al Marta Cariño en la ficción y en la realidad (la noche antes de ver la obra me lo había encontrado allí). En la obra se queja de lo pequeños que son los números en las mancuernas del Gymage, cuando tres horas antes nos habíamos saludado en la puerta del Gymage. No sé, todo muy desconcertante para alguien que ama odiar/odia amar las comedias románticas y no puede evitar levantar la ceja con la historia del hilo rojo del destino. El arquitecto que se enamora del niñato no me gustó tanto. Creo que Guillem debería armarse de valor y, si la obra es tan autobiográfica como dice, salir él a la palestra (que además, da más el perfil físico).

La obra, una sucesión de clichés y lugares comunes sobre el mariconismo y el enamoramiento tan bien puestos que no me importaría volver a verla. Pero no, debo ser fuerte, que voy a acabar peor que Alonso Quijano. No más autodrama.

Además, cada vez que veo a Ramón me pongo tan tenso que, como decían en Todo en un día, si me metieran un trozo de carbón en el culo, en dos semanas me saldría un diamante.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y tu Dulcinea dónde estará?

A de V

Anónimo dijo...

Es todo muy winner, no. Ad

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