Fue el invierno de la gran crisis. Siempre supo que por su trabajo nunca saldría de azotes y galeras. Con todo, no se había preparado para ella. Cuando tuvo que explicar a sus amigos que estaba a la cuarta pregunta, nadie se sorprendió, más bien al contrario, lo esperaban. Le dolió en el fondo tener que dar la razón a todos, pero el dolor no fue la única concesión. Con acreedores, la vida no parecía tan divertida, por lo que se refugió en artículos hipócritas y dejó de escribir autoficción. Mientras, aprendía a vivir en precario y a pechar con su clase. Se sentía un personaje de Chéjov. Se dio de baja de la televisión digital y descubrió lo triste que eran los canales que veía todo el mundo. Canceló una de sus líneas de teléfono. Volvió sin melindres a los restaurantes de 30 euros. Dejó de comprar ropa, sólo algún disco o alguna película, si estaban de oferta (un pack de Douglas Sirk que pidió por Internet). Canceló viajes y cambió el gintónic por la cerveza. “Pasé muchos años yéndome a dormir tarde”. Así debería empezar En busca del tiempo perdido.
Sólo había una cosa que no entendía: por qué se había puesto de moda despreciar al nuevo rico. Eran dos adjetivos que por separado le encantaban y que juntos siempre le habían divertido: como unir jacuzzi y tacones, oro y estampados, champán y zumo de naranja.
Ahora es primavera. Lleva dos semanas haciendo buen tiempo, aunque en su casa continúa el frío. Abre la ventana y respira confiado. Quizá no sea más que una tregua, pero está empezando a ver la triste gracia del chiste: “no eres más que un maricón en crisis”.
miércoles, 6 de mayo de 2009
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2 comentarios:
Desde otro invierno duro que tarda en terminar, lleno de canales digitales nuevos pero tristes, techos blancos de ambulatorios y noches largas de corto recorrido, un brindis por tu nuevo tiempo. Si quieres te mando una botellita de Gyn, hijo, hoy por ti, mañana por mi. Yo puedo ya salir de la ducha y no abrigarme para ir al dormitorio. Y lo mejor, ya no temo caerme. El problema es que ahora empiezan a doler otras cosas. Los antiinflamatorios de nueva generación no calman viejas dolencias. El palomo cojo, otro chiste
No sé si era pretendido, dear, pero has creado un milagro literario, una de esas ilusiones que todo aquél que escribe busca: has creado un lugar -en el ciberespacio- donde varias almas se sienten encontradas y halladas, un trozo de ficción basada en la realidad con el que se han identificado varias personas. ¡Cuánto arte!
Como dicen en inglés, coger el chiste a veces es como si te dieran un puñetazo. Afortunadamente venimos de castas antiguas, longevas, curtidas, de esas que estaban aquí antes de que nada sucediese, mucho menos crisis, bonanzas, déficits y la madre que los parió.
El invierno acaba. Es hora de quitarse el caparazón de coccoon que nos encorsetaba. Como gritaba la hija de Bernarda Alba: "¡Quiero salir!"
"Y al calor del gintonic se reunieron y empezaron a hablar de su presente, porque el pasado ya era sólo un recuerdo"
Kisses desde GRX
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