No me disgustan, pero tampoco estoy seguro de que me gusten las ballenas de Sol. Antes que Esperanza, ya pensé en la pirámide de Louvre, aunque no haya estado nunca en París ni me haya bajado de un avión con falda y calcetines.
La Puerta del Sol tiene algo de paseo marítimo, quizá sea ese punto hortera del comercio y los chicos esperando bronceados, mirando al infinito. Es de los pocos sitios de Madrid donde puedes ir en chanclas sin desentonar. A mí me gusta porque está el kilómetro 0. Si por mí fuera, viviría en Times Square. Al tercer sexo siempre le gustó habitar en el centro físico y el extrarradio moral de las ciudades.
Los beocios madrileños ya han empezado a criticar las cúpulas del arquitecto Antonio Fernández Alba, Aguirre la primera, aunque no en público. A estos paraboloides hiperbólicos, que en principio iban a ser mucho más grandes, se les ha empezado a llamar las “cochinillas” (especie de mariquitas), aunque a mí me gustaría que las llamaran las ballenas, por aquello del cuento de Pinocho, que me encantaba de pequeño cuando se lo tragaba la ballena. En fin, que sólo falta un mes para estrenarlas.
martes, 26 de mayo de 2009
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