40 años de dictadura han hecho de España un país inmune a la pluma. No tiene otra explicación. A fuerza de no querer verlo, la gente no lo ve. ¿Que no lo veis?, que gritaba aquella mezzosoprano dramática desterrada al olvido haciendo un maravilloso calco del catalán (¿Cómo no lo veis?). No se ve la pluma en los hijos, en los hermanos, en los profesores, en los curas, en los alcaldes... ¡ni en los novios! Sólo se ve en los artistas cuando es una pluma desatada y ni siquiera eso: diría que sólo se ve en los artistas cuando va acompañada de unos volantes y unos lunares.
Estoy hablando del fenómeno Raphael, que cuanto más amanerado se muestra más las excita, y de su heredero directo: Manuel Lombo. “Tu nombre me lo callo cuando me preguntan que de quién me enamoré…”
Lugar: entrada del antiguo Teatro Calderón; fecha: el pasado lunes; evento: concierto de la gira 7 pormenores de Manuel Lombo; el público: muuuuuy fuerte. Ellas, mechadas y extensionadas, explayan su pluma (pija) como sólo lo hacen cuando saben que están en su entorno. Se conoce que normalmente, fuera del barrio de Salamanca, tienen que reprimirla para evitar el alzamiento de ceja. Ellos, uniforme de sevillanito, olor a Aqua di Parma, chaquetas de piel, colores chillones (ummm). Se puede decir que el público de la Feria de San Isidro ha cambiado Las Ventas por el Häagen Dazs.
Hace una semana que no conozco en Madrid a nadie que se atreva a ir a un concierto de Lombo, así que fui solo. (Ayer me quedé sin ir al de We Have Band, pero es que ir solo y bailar ya me cuesta más - todo llegará). Cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que no era el único bachellor que hacía honor a su nombre. Estaba sentado en el extremo derecho de los pares de una fila todavía vacía, cuando una hidalga figura pasó mirándome con cara de marichalar camino de su palco: era Don Jaime. Detrás iba su guardaespaldas, pero no sé si cuenta como animal de compañía (dada su hechura, prefiero no saberlo). Notar la devoción de los pijos por los palcos, que prefieren siempre a la platea, aunque estén más lejos.
Empieza el concierto. Sale Manuel vestido de Carolina Herrera de la cabeza a los pies, pitillos cortos de talle alto, chaqueta entallada, tirantes rojos, melena al viento, cantando una de las canciones de su último disco. El grupo que le acompaña suena un poco a concierto de feria de pueblo, pero al público no parece importarle, puede que incluso lo prefiera, a tenor de los gritos de las señoras. Manuel parece obsesionado por localizar a todos los “nombres” que hay entre el público, achina los ojos (aún más si cabe) mientras se lleva la mano a la cabeza a modo de visera para comprobar quién ha venido y quién no: Pastora Soler, la hija de Manzanares, Don Jaime... Personalmente, prefiero las canciones que canta acompañado sólo al piano, como el principio de Mi última historia de amor o la versión que hace de Antonio Vargas Heredia. En general, me paso la primera parte del concierto en un estado de semi-shock debido a la respuesta groupie del público, el plumón de escándalo (à la Raphael) de Manuel y los golpes en mi butaca de las rodillas acompasadas de la señora de atrás. Del primer disco cantó No lo llames amor y no recuerdo con qué cerró la primera parte, sólo que los malditos se desgañitaron en uno de esos finales eternos mientras Manuel se cambiaba de ropa.
Segunda parte. Sale Manuel engominado, vestido de corto con un pañuelo negro al cuello: un homenaje a Miguel de Molina tan sobrio que acaba recordando más a Perlita de Huelva. Canta Dime, de Lole y Manuel, y anuncia que la segunda parte será un homenaje a las canciones de otros que más le han marcado. La cosa promete. Después de reivindicar la fiesta nacional, a Bergamín y al maestro Morente, canta Los tangos de la plaza, que no suena tan bien como en el disco debido al "sonido feria", pero que pone los vellos de punta porque la canta bien. Le sigue una versión de Te quiero y quiero dedicada a Pastora y, puede que el orden fuera otro, el homenaje a Pareja Obregón al piano, para mí lo mejor. Y el momento cumbre de la noche: “voy a dedicar esta canción a una persona que no voy a nombrar porque es muy discreta, pero que siempre me dice que no deje de cantarla en mis conciertos". Oh, my. La canción es Mi amigo (véase el vídeo para recordar la letra). Al final las luces se encienden un poco y Don Jaime se asoma tímidamente a su palco detrás mía. A esta le siguen Rompimos (que termina tirando un vaso de cristal al suelo como golpe de efecto) y Silencio por un torero. No se me ocurre remotamente qué pudo pasar por la mente marichalera en esa triada, pero una cosa tengo clara: me declaro fans absoluto de este señor y quiero que salga en el cine ya como hacía otro Don Jaime, el de Mora y Aragón. ¿Se acordó de Elena? ¿Le agarró la mano su guardaespaldas? ¿Se retrotrajo al desfile de Galiano en París donde Manuel cantó Silencio por un torero?
En fin, que empecé hablando de la pluma invisible y terminaré hablando de la pluma sonora. Como decía hace unos días Paco de Lucía en El País, con la edad los artistas se vuelven más perezosos, sólo hacen acto de presencia cuando el acto tiene la suficiente presencia (o si tienen algún juicio pendiente como la Pantoja, esto no lo dijo Paco) y en general van a demostrar por qué están donde están. Pero son cada vez menos las veces en que se presenta el duende. Sin embargo, cuando estás empezando, tienes que demostrar dónde te gustaría estar, tienes “hambre” y te entregas mucho más. Esta fue la excusa a la que me aferré para ir al concierto y Manuel la demostró en las 10 coplas que cantó sin micrófono en los bises. Es una lástima que no haga conciertos más intimistas, sólo con guitarra y piano, o que no consiga trasladar los arreglos del disco a los conciertos, porque la cosa podía haber sonado mucho mejor.
jueves, 13 de mayo de 2010
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2 comentarios:
Que raro hoy 13 de mayo "la virgen Maria bajo de los cielo..." Y no escribir un homenaje a la madre del Señor. Lo encontré raro raro raro raro rarisisimo.
Son muy fuertes las fotos suyas rollo "modelo" que se ven detrás de él en el "pograma" del vídeo...
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