miércoles, 6 de julio de 2011

Troubled actor

Calculo otra vez las horas que llevo sin dormir: son las once y media de la noche, desde ayer a las ocho y media de la mañana, suman treinta y nueve horas. Hace rato que el cansancio, ayudado por las pastillas, don’t flatter yourself, ha ganado la batalla al sueño, saldada con un dolor intenso en el atlas del que siento pivota todo mi peso, como las bestias que cuelgan del gancho en el matadero: degüello de cerdos. Pero no, mejor no dramatices, aquí no hay índices de audiencia, a veces tienes que recordártelo. Últimamente te gusta inventarte entrevistas, te imaginas haciendo declaraciones en vídeos de Youtube, ya no sólo hablas de ti en segunda persona, también en tercera: Jonathan Rhys Meyer ha sido ingresado en un hospital cerca de su casa en Maida Vale, en Central London, el martes por la noche. El problemático actor de 33 años, protagonista de la serie de televisión Los Tudor, que ha visitado en los últimos cinco años varias clínicas de rehabilitación para superar su problema con la bebida, se negó a recibir ayuda de los servicios de urgencia, que se vieron obligados a llamar a la policía. El actor sufría una grave depresión desde hace varias semanas, tras haber sido abandonado por su novio, Fran R., que después de dos años de relación ha confesado al diario The Sun que Jonathan es un inmaduro emocional. Plead guilty: para ti, madurez y emocional son palabras que se contradicen cuando están juntas, como actor y sobrio.

Sólo recuerdo que cogí la chaqueta y salí a dar un paseo a la calle. Es lo único que me sirve cuando estoy muy pedo. En los estudios, a veces tengo que salir a dar una vuelta por los aparcamientos para soltar un poco. Una vez me quité la ropa y me acosté en la caseta del guardia de seguridad.

Ya de vuelta, giras la esquina de tu casa, cuando ves un destello de luces estroboscópicas que al principio tomas por un tiovivo. Aparte del dispositivo policial, hay una ambulancia e incluso llegas a vislumbrar, no sabes si es parte de tu delirio, un coche de bomberos. La zona está acordonada. Llegas justo cuando están sacando la camilla, sin ningún tipo de suero ni mascarilla. En el portal, Fran llora desconsolado, abrigado con una manta que parece un poncho, sujetando un mug entre las manos como si fuera un rosario. Su gesto de pesar tomates con la cabeza es lo que despierta la imagen del rosario en tu mente, que conecta con la de tu madre en Dublín, de pequeño, en el velatorio de tu abuelo, y el susurro de una plegaria que, inconscientemente, empiezas a farfullar tú ahora como si fuera una torch song. El policía que tienes delante te mira y parece reconocerte. Como si se hubiera encendido la luz de tu cámara, dejas de rezar, pones el gesto exhortativo que dedicas a los paparazzi y te acercas para pedirle que te dejen pasar, por favor, vives en el edificio, aunque callas a mitad de la frase ante la duda de la última afirmación.

No lo entiendo. Anoche vino Fran a llevarse el resto de sus cosas. Sé que discutimos, nos dimos algunas hostias, como en los viejos tiempos, nos tiramos algunos libros a la cabeza y acabamos follando. Cuando oí el portazo tras de él, abrí otra botella. En el salón sonaba nuestra canción, el hijoputa la dejó puesta antes de irse: “You make me happy, I’m in trouble now”.

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