sábado, 29 de marzo de 2014

Ansiedad matusabatina

No hay nada peor para empezar una mañana de sábado (ese tiempo perdido o abandonado para los que en fin de semana desayunamos un bloody-mary con Corazón, Corazón, o como me dijeron el otro día en una fiesta, somos muy de vivir la noche) que cruzarte con un chulazo en pitillos con barba que le llega al canalillo, un trozo de pizza en una mano y una cuerda atada a un galgo en la otra. En vez de echarle una mirada “I’d be surprisingly good for you”, tus ojos se vuelven locos buscando el primer bar-no-franquicia donde pedirte un coñac doble. El olor a pastel de cumpleaños de los 80 del coñac es todo lo opuesto al aroma de la magdalena de Proust: no quiero reencontrar este tiempo, te lo regalo, pa ti pa siempre. O parafraseando la famosa canción de Heavy D: ahora que hemos encontrado las mañanas de los sábados, qué coño hacemos con ellas. Ahogado por la ansiedad, los obreros de la construcción que tengo al lado en la barra me miran con cara de póker (“qué hace un maricón como tú en un sitio como este”), a lo que servidor sonríe, pide la cuenta rápido y sale por patas de nuevo a la calle. Decido dar por terminada la excursión de deporte extremo que supone la ecoaventura de desayunar un sábado antes de las 12 en la calle y vuelvo a casa. De repente, en el shuffle, suena una canción que me calma más que una sobredosis de ansiolíticos en un jacuzzy y le da por fin sentido a este sábado sin luz: una versión cha-cha-cha de cu-cu-ru-cu-cu paloma de Eartha Kitt. It’s a skin thing lo que yo tengo con esta mujer.

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