jueves, 18 de septiembre de 2008

Madonna en concierto (el corazón que a Triana va, nunca volverá)


A favor
Por Paco Mérselo

Muy buena la crítica de El País cuando dice que hubo algo enternecedor en el concierto cuando los fans se comportaron como quien sabe que va a recibir una fiesta sorpresa por su cumpleaños y aún así finge asombro.

Todos con los que yo hablé, desde el que llevaba desde las 8:00 de la mañana en la cola Hot Ticket, hasta el que llegó tarde porque ya la había visto en Roma hace quince días, conocían el orden de las canciones de memoria, habían visto algunas en Youtube, sabían cuáles eran en playback y cuáles no, y aún así, no tuvieron que fingir pasárselo bien, sólo asombro. Es lo que tenemos la generación 2.0, que somos complacientes a la par que solícitos. Y así puede resumirse un concierto que ofreció muchos momentos propensos a complacer.

Desde la obertura, con Candy Machine, esa fantástica intro animada, seguida de Candy Shop, donde por fin aparece Madonna subida en su trono como una niña dispuesta a repartir caramelos (I’ve got candy galore) a todos los invitados a su fiesta. Porque, sin ánimo de desmerecer a El País, parecía más el cumpleaños de ella que el nuestro. Nosotros éramos los invitados (sobre todo yo, Juanfra, ya te contaré mi off-concert) al cumpleaños de la chica más popular del universo, que siempre hace la misma fiesta, pero nos encanta. Nos encantó ese arranque de abróchense los cinturones, con Beat goes on, Human Nature, Vogue. Mientras los no-fans comentaban lo bien que se conserva y lo mucho que se mueve, nosotros, los del amor incondicional, no podíamos dejar de saltar.

Todavía sin recuperar el aliento, continúan Intro the Groove (un homenaje al metro de Nueva York y a los ochenta), Borderline (a la guitarra, me encanta cuando Madonna coge la guitarra) y She’s not me (un autohomenaje muy merecido). Se oye la melodía del Here Comes the Rain de Eurythmics, que engarza con un interlude de Rain y después Devil wouldn’t recognize you, subida en un piano rodeada de un halo de leds. ESPECTACULAR. Le perdonas la tontería de Spanish Lessons, porque borda La Isla Bonita, y cuando llega You must love, quiero llorar de emoción.

Después de un magnífico vídeomontaje con la base de Beat goes on (yo iría a un concierto donde sólo pusieran vídeomontajes de Madonna todo el tiempo si son como éste, no sólo me da igual el playback, me da igual que esté ella in the flesh), llega el esperado Four Minutes, con imágenes multiplicadas de Justin Timberlake, en un velado homenaje a La Dama de Shangai, y el HIGH POINT de la noche: un Like a Prayer maquinero mezclado con el Don’t you want me de Felix. El resto son bises sin serlo: Ray of Light y Hung Up. Y la última un Give it to me versión house. Dame más, Madonna, the Game is not over.






En contra
Por Paca Garse

Madonna, la otrora reina de las tendencias y creadora de estilos nunca ha parecido ir más de mercadillo. Una vergüenza. Mucho traje de Givenchy, zapatos de Miu Miu, botas de Stella McCartney, gafas de sol de Moschino, además de otros diseños y detalles de Yves Saint Laurent, Roberto Cavalli o Jeremy Scout, pero esta vez no te has salvado, bonita. Estás atrapada en las medias de rejilla, los shorts y la bota alta. Por no hablar de la última peluca con gafas de nerd.

Su banda, vestida de Tom Ford, iba más mona, pero vamos, en cualquier bareto de Hell’s Kitchen encuentras mejores bailarines. Nada que se pareciera remotamente al momento Jump de la anterior gira. Los dos que se ponen a hacer body pump en el cuadrilátero definen la media de los bailes de la noche. De pena.

En cuanto aparece la intro, Candy Machine, con unos caramelos de dibujos animados en plan manga, te das cuenta que el concierto (que está dividido en cuatro partes) va a ser más una parodia que otra cosa. Porque vamos, llamar a la primera Pimp (Art Decó en los años 20) porque sale un coche blanco vintage (pimp en inglés hace referencia a chulo –de putas– y a tunear), me parece que debería haberse llamado más bien Pitorreo. ¿A quién se le ocurre meter la mejor canción de su último disco, Beat goes on, la segunda en el concierto? Qué poco arte. Y lo de las proyecciones de Pharrell Williams, Kanye West y Justin, era como de disco homenaje a Nat King Cole. La proyección de Britney no, la de Britney era directamente como de reportaje de Raquel Mosquera en el Tomate. Se supone que lo mejor de esta parte era el Vogue, que hasta ahora siempre había hecho en playback en todos sus conciertos. No voy a entrar en polémicas de si era un semi-playback, una versión especial grabada para el concierto para que pareciera directo, o qué, simplemente que no me gustó la versión.

La segunda parte, la Old School, era un homenaje a sus propios orígenes y hasta ahí bien. Ella forma parte de ese N.Y. de los ochenta, como bien ilustra la escena del Into the Groove en Buscando a Susan Desesperadamente. Y es cierto que conoció a Keith Haring. Pero no me parece bonito que utilice ahora en Into the Groove los muñecos de Haring de la lucha contra el sida en plan Parvulario, que es como debería haberse llamado esta parte del concierto. En el Red, Hot and Blue estaban bien utilizados. Aquí, no. Luego una versión del She’s not me vergonzante, con cuatro chicas vestidas con modelitos de etapas antiguas de ella (Open Your Heart, Material Girl, etc) a las que les rompe la ropa. Lo dicho, de parvulario.

La tercera parte, la Gipsy, paso de comentarla porque en Sevilla el concierto coincidía con la Bienal de Flamenco, y su particular homenaje a la cultura gitana no merece dos líneas. Sólo que la muy Perra, que así debería llamarse esta etapa, empezó a reírse del poco inglés que sabemos los españoles, que no respondían lo que ella quería cuando se dirigía al público. Y que en el videomontaje de Miles Away con Google Earth sale Coslada. La gente, emocionada. No puedo con la generación 2.0.

Que en la última parte, Rave Japonesa, predominara ella tocando la guitarra como una roquera vieja (que como gag hace dos giras, todavía, pero ya está durando demasiado), lo dice todo (Ray of Light, Hung up). Que Guy te dijera que estás muy mona con guitarra hace años no justifica que sigas agarrándote a ella. Tu marido no va a volver. Game Over, daarling, es hora de aceptar las arrugas.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bonita os ha quedado la crítica, caris. La dualidad del ser humano nunca ha tenido otro highpoint como éste. Voy a escribir al País, a ver si por fin contrata a buenos críticos.
Ya sabes que, te gustara o no, te faltó una cosa esa noche... Más bien una persona. Y no miro hacia ningún lado.
Me, in the TGIF mood.

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