jueves, 19 de mayo de 2011

Journalist vs. Translator

Como si de una nueva entrega de Alien vs. Predator se tratara, hoy me he levantado pensando que no hay dos profesiones más distintas. Ya hablé hace tiempo en este blog de la realidad, lo auténtico y lo verosímil en referencia a una conferencia de Tom Stoppard a la que asistí, totalmente distinta a la que se reprodujo después en la noticia aparecida en prensa. En la conferencia había una intérprete que hizo LO QUE PUDO a la hora de verter al castellano lo que decía ese extraño dramaturgo de derechas que escribe obras de izquierdas (primer filtro), mientras que el periodista hizo después LO QUE LE DIO LA GANA con lo que dijo la intérprete y creó una conferencia distinta (segundo filtro), que es la que pasará a las hemerotecas y quedará como real.

Es esta capacidad de juego con la realidad la que otorga tanto poder a la prensa. El traductor, que en primera instancia se ocupa de lo auténtico, de entender el texto perfectamente e intentar reproducirlo tal cual, acaba dedicado a lo verosímil: si no es auténtico, que sea lo más fiel posible y sobre todo creíble. La perversión del traductor es cuando se acaba convirtiendo en una simple caja negra que traduce textos que ni siquiera entiende. Aunque tiene un punto de obra pinteriana que me encanta.

El periodista se pasa lo auténtico y lo verosímil por el forro. La lección de primero de carrera de que “cuando un perro muerde a un hombre no es noticia, la noticia es que un hombre muerda al perro” sería válida de no ser porque al final, a falta de noticias, es el periodista el que le dice al hombre que el perro ha mordido antes a su madre para incitar al canicidio.

Todo esto viene a cuento de la acampada en la Puerta del Sol de los jóvenes indignados frente a la sede del gobierno de Madrid. Los últimos días he visto cómo lo que empezó como una manifestación espontánea convocada en las redes sociales para denunciar la indignación con la clase política y económica ha ido creciendo hasta ocupar toda la plaza durante tres días, flanqueados por tantos camiones de policía que parece anacrónico. El silencio con el que ha aumentado la indignación ha tenido algo de emocionante, incluso para un descreído nostálgico de la exuberancia irracional como el que escribe.

Hasta que anoche puse la tele: la noticia no es que los jóvenes se indignen, es que lo hagan a cuatro días de las elecciones. Declaraciones de unos, declaraciones de otros, que si me recuerda a Egipto, que si por qué no se han ido delante de la Moncloa, que si el PSOE está detrás, que si la manifestación acabará engullida por el sistema. De nuevo el periodista azuzando la mordida. De nuevo el circo.

Apaga la tele. Alquila “El gran carnaval” de Billy Wilder y vota en consecuencia.

Traduce tú la noticia.

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