martes, 17 de junio de 2008

Después de mí, el diluvio

Reflexión en la sala pequeña del teatro Valle Inclán sobre el oficio de traductor e intérprete en el best-case scenario, aquel donde no traiciona y es absolutamente fiel al original. Vicky Peña interpreta a una intérprete (sin redundancia) en el Congo que se va transmutando a medida que avanza el texto en el campesino al que está interpretando. El texto es de Lluïsa Cunillé. Para mi gusto tiene algunos fallos. El campesino quiere regalarle su hijo de 18 años a un hombre de negocios europeo para que aprenda de él, para lo cual se pasa un buen rato contándole a través de la intérprete (convertido en ella, como cuando Patrick Swayze se mete en el cuerpo de Whoopi Goldberg en Ghost) las virtudes y vicisitudes de la vida del hijo. Al final, cuando por fin convence al otro (spoiler para los que quieran verla), resulta que el hijo no existe, que se ha inventado toda una vida de penurias de un hijo que murió de malaria a los 3 años para que el hombre de negocios recuerde al hijo. Yo, que siempre he creído en los amigos imaginarios, sé que cuando se confirma eso, que son imaginarios, dejan de existir. Por lo tanto, si el hombre quiere dejar constancia de que no quiere ser el único que recuerde a su hijo, se lo cuenta al público, pero no al hombre de negocios, porque de esa tarde, a éste, sólo le quedará el recuerdo de un hombre desesperado por el recuerdo de un hijo.

Sobre las relaciones del primer y el tercer mundo, y sobre la transparencia y la vacuidad de un oficio, el de traductor e intérprete, que hace de médium indolente, divorciada (Après moi, le déleuge, le dijo su marido cuando la dejó), retirada en un hotel de Kinshasa del que no recuerda cuándo salió por última vez, todas las tardes tomando el sol by the pool.

Lluïsa, cariño, en África, donde la cultura se ha transmitido siempre de forma oral, se dice que cuando muere un anciano es como si quemaran una biblioteca. En Europa, cuando muere un traductor e intérprete, es como si quemaran un mal diccionario.

Me pasa como a Amanda Gris en La Flor de Mi Secreto, que intento que este blog me salga rosa, pero me acaba quedando negro.




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