martes, 13 de enero de 2009

Buenas tardes, tristeza

Vila-Matas dice que Borges decía que cada tarde es un puerto, así que me he dicho: vamos a atracar las velas al Diurno, ese café-videoclub que es Valparaíso de la autoficción. No estaba el doble de Vila-Matas, pero sí un chico con pinta de judío sentado en la mesa de al lado leyendo “The heart is a lonely hunter”, de Carson McCullers. Lo miro de reojo y de inmediato me viene a la mente la coreografía de Forbidden Love de Madonna en el Confessions Tour entre el bailarín árabe y el bailarín judío. Me quito las gafas nuevas de Dior porque me han dicho que con ellas parezco menos moro. Saco del bolso el libreto que llevo con letras de Stephen Sondheim para que se dé cuenta de que sé inglés y me pongo las canciones en el i-Pod. Hay una divina, “The New York Song”, donde un neoyorquino se pone a loar las vistas y los monumentos de la ciudad, mientras confiesa que él no va nunca porque no tiene tiempo. A mí me pasa un poco lo mismo con Madrid. Hay otra, “A Star Is Born”, donde utiliza el nombre de casada de actrices famosas de los años 50 para mosquearlas. Son siete minutos de gimnasia verbal de Sondheim y me meto tanto en descifrar todos los nombres que, cuando levanto la cabeza, el chico se ha ido.

Termino el manchado y me dispongo a elegir una película. “La locura es algo menos siniestro de ver en un hombre que en una mujer”, decían en “Lilith”, la película que el encargado del videoclub me dijo otro día que tenía mi nombre escrito. Yo entiendo que alguien que, como hoy, saca “A la caza” con Al Pacino y “El fantasma y la señora Muir” de Mankiewicz, merece algún comentario, pero de ahí a compararme con Jean Seberg…

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