“Bosé, Cámara y Poveda se van a celebrar el Orgullo y
contratan como canguros a las madres biológicas de sus hijos (porque ellas
también tienen derecho a disfrutar)”
Se han producido en los últimos años algunos acontecimientos
en la cultura gay (ya sé que últimamente es un oxímoron: llámese subcultura,
tribu urbana, ambiente, gueto, por favor, cualquier cosa que no vaya con un
hashtag), entre otros, el movimiento a favor del PrEP (la pastilla de
prevención del VIH); el Grindr y otras aplicaciones de ligoteo; los bares de
sexo o fetish; el documental Chem Sex
y las sex parties; las películas Theo & Hugo, París 5:59 y Forth man
out; las series When we rise, Looking o Cucumber; la novela Tan poca
vida (aunque no conozco a nadie que la haya terminado, los gays ya solo
leemos el Vanitatis); o la decadencia de la alfombra roja de la Gala del Met,
por nombrar unos pocos, que hacen necesario crear una nueva taxonomía de lo
gay.
El otro día, discutía con un amigo cuándo empezó la
decadencia del mariconismo “as we know it”. Él decía que con la aparición de la
triterapia (mediados de los noventa), yo creo que fue algo más tarde, con la
aparición del Grindr y el 4G (2010), más que nada porque lo de la triterapia
fue un proceso gradual (hace solo diez años, la prensa afirmaba que la esperanza
media de vida de un seropositivo era de 25 años desde el diagnóstico) y porque tristemente
ha sido la geolocalización la que ha que realmente ha vuelto locas a las
mariconas. El dicho de das más vueltas que un maricón en una feria ha tenido un
reverso Black Mirror con Google Maps que
da miedo.
La marica es un animal creado para la ansiedad. El
mariconismo crea unas expectativas imposibles de cumplir (conseguir el “six-pack”
de abdominales; viajar, vestir y decorar mejor que nadie; perder la pluma; follar
todos los días como un loco sin condón; ser madre) que solo provocan
frustración (adicciones, depresión, negación del problema) y soledad. Y todo
con muy poca autocrítica. El capitalismo le ha elegido como su niño mimado: por
su ultraindividualismo, su deseo de demostrar algo, su rechazo a todo lo tradicional
y su creencia en las promesas del progreso. Se habla mucho del “bullying”
sufrido por los maricones, pero muy poco de su condición de niños mimados y consentidos.
Primero por sus madres y luego por el capitalismo, que fuerza la máquina con
ellos como en la película aquella de Bailad,
bailad, malditos.
Pero volviendo al Grindr, yo clasificaría a los gays en tres
grupos: los post-Grindr, los gays “normales” y los pre-Grindr, aunque ya se
sabe que la marica es muy líquida y todas participarían un poco de todos los
grupos. Estos a su vez se dividen en otros subgrupos. Vamos a verlos:
· Los post-Grindr
Son aquellos que reclaman nuevos espacios de referencia
fuera de la heteronormatividad, donde no se vean raras las parejas abiertas, el
poliamor, etc. Hoy día, Grindr forma parte del ADN de cualquier gay, aunque no
es la única aplicación: están enganchados a Instagram, el Snapchat, Facebook,
cualquier foro donde ver y ser vistos. Tienen una necesidad constante de aprobación
y muchas adicciones, sobre todo al sexo.
Últimamente, hay una corriente anglosajona que está
empezando a llegar por estos lares (el otro día ya vi un reportaje en TV3) de
victimismo para justificar el puterío, rollo sufrí mucho “bullying”, me
gritaban maricón en el colegio y por eso me pincho y me gusta que me follen
diez tíos a la vez, uno detrás de otro, que como decía Lola Flores, que si eso
les da la paz, pues viva ese señor, pero tengo yo una amiga a la que le decían
Falconetti de pequeña en el colegio porque llevaba un parche en el ojo y no va
por ahí ciega de Poppers, multipenetrada y bebiéndose meados ajenos, aunque
como bien decía Ignacio González, no pongo yo la mano en el fuego por nadie, ni
siquiera por mí.
Está muy de moda sacar encuestas de suicidios entre los gays
y los resultados demuestran que, por muy integrados que estén socialmente, las
tasas siguen siendo muy altas. Personalmente, creo que el suicidio es una cosa
muy íntima de la persona y eso tampoco demuestra nada.
Hay dos tipos de post-Grindr:
Los seropositivos (La condición que no osa decir
su nombre)
Para ellos Grindr es un mal menor, quiero
decir, que no les encanta, pero tampoco le hacen ascos. En realidad, están
viviendo los años 90 “all over again”. Han vuelto a un nuevo tipo de armario,
el del seroestado, han encontrado un nuevo espacio de solidaridad y están
viviendo un nuevo gueto. Por supuesto que tienen sus contras: son los que más sufren
la discriminación y no hay forma de quitarse el estigma de enfermedad sexual
que acarrea el VIH desde sus inicios, tanto que a pesar de constituir el 30% de
la población gay en ciudades como Madrid, sigue habiendo un silencio y un “denial”
por parte del “mainstream” que hace que, por ejemplo, la propia organización
del Orgullo de este año se haya negado a repartir condones porque es una
ocasión de reivindicación de la fiesta (no de las enfermedades, a pesar del
brote de hepatitis A que lleva varios meses y sobre el que no hay ni vacunas en
las farmacias).
Los PpEP (Ellos lo quieren todo)
Son las maricas que no quieren
utilizar preservativo, y están en todo su derecho, vaya eso por delante, pero
es que luego son muy guarrillas. No hay nada que les importe más que el Grindr,
por lo que tienden a cosificar a las personas y a ser un pelín utilitarios.
Algunos dicen que los heteros ya están igual con el Tindr, aunque no conozco muchas
reuniones de “fistfucking” hetero, que no es por de criticar, que soy muy
liberal and “I had my share”, pero tampoco creo que haya que llamarlo poliamor.
Además, son un poco prepotentes y “winners”, y se creen con todo el derecho de
ir esparciendo su semen como si fuera kéfir.
· Los gays normales
(Cómo ser marica y no morir en el intento)
Si hay algo que odian es la palabra heteronormatividad. También
la pluma y lo tristes y deprimentes que son todas las películas gays. Tienen
una actitud avestruz con el VIH, de: a) no existe o b) en realidad una diabetes
es peor. Su película favorita es Fourth
man out y su lema: normalidad ante todo. Sienten que la lucha por los
derechos gays terminó con la ley de matrimonio (véase el episodio 4 de When we rise) y, de hecho, consideran la
subrogación como un premio que la sociedad da a aquellos que han tenido éxito, algo
así como un bonus track para superar la crisis de los cuarenta. No necesitan ni
doula para perder los escrúpulos por comprar un niño. Otros están incluso en
contra de la adopción. No se creen las tasas de suicidio entre gays y utilizan
Grindr ocasionalmente. Están más que satisfechos con la cuota gay de Netflix y
creen mucho en los algoritmos. En realidad, son los más inseguros, porque la
normalidad es algo muy complicado.
·
Los pre-Grindr (Los reyes del Glam)
Se han quedado en el 73, con Bowie y T-Rex. Son tan antiguos
que todavía se creen que la gente se queda ciega con el SIDA. Estamos en junio y
todavía no han superado la muerte de George Michael. Odian Grindr, que ven tan
sórdido como los baños públicos, y son neoluditas hasta la médula: están en
contra de las compras por Internet, las sábanas de los airbnb, las
conversaciones de uber… Son excesivamente nostálgicos, creen que un poquito de
bullying y discriminación no hacen mal a nadie, al contrario, fortalece, que el
armario dignifica y, cómo no, están enganchadísimos al porno. Son inmaduros y
reticentes a los cambios.
Incluyen un subgrupo extremista que podemos llamar los
Gay-Terror (no confundir con el gay panic o supuesto ataque de pánico que le
daba a los heteros ante una insinuación de un gay y se consideraba atenuante en
casos de asesinato, véase el episodio 6 de Cucumber).
Cada vez hay más gays jóvenes que, ante lo que ven fuera, prefieren quedarse en
el armario y hacerse raperos o surferos.
En fin, que feliz orgullo a todos ellos