El milagro de las campanas (The miracle of the bells, 1948) de Irving Pichel
Pequeña joya de director menor. Una mezcla de Eva al desnudo, Primera plana y Marcelino pan y vino. A saber: aspirante a actriz conoce a agente de prensa y le cuenta sus sueños de triunfo; él le consigue un papel protagonista en una versión de Juana de Arco; ella le oculta una enfermedad que arrastra desde la infancia y se mete mucho en el papel; borda la película y muere, pero antes le pide que la entierre en el pueblo de mineros donde nació; el director se niega a estrenar la película y el agente de prensa paga a las cinco iglesias del pueblo para que las campanas estén doblando tres días sin parar; al final las estatuas de la virgen y el arcángel San Miguel se mueven y se produce el milagro (hecho maravilloso, en latín): la película se estrena y el pueblo vuelve a misa. Y todo contado con mucho flashback.
La escena de la Nochebuena en el restaurante chino vale por toda la película.
Frank Sinatra está divino de cura, Fred MacMurray llena de humanidad a ese agente de prensa de moralidad/sexualidad ambiguas y Alida Valli está espectacular. Había tenido un gran éxito con El caso Paradine (Alfred Hitchcock) y El tercer hombre (Carol Reed), pero con esta película la audiencia le dio la espalda. Se tuvo que volver a Europa, donde empezó trabajando con Visconti (Senso) y terminó haciéndolo para Dario Argento (Suspiria). En medio, hizo una de las películas favoritas de Bibiana Fernández (Le yeux sans visage, de Geoges Franju), de la que Pedro lleva años anunciando un remake-homenaje-de-los-suyos (Tarántula), y protagonizó uno de los escándalos de sexo y drogas más sonados de la Italia de la posguerra.
Al igual que Alida, el guionista, Ben Hecht, también había trabajado anteriormente con Hitchcock, en Notorius (1946), que en España se llamó Encadenados y en Sudamérica, Tuyo es mi corazón. . Me encantan los títulos de bolero que tenían las traducciones de algunos títulos de Hichtcock. No es el caso de la siguiente.
Sabotaje (Saboteur, 1942) de Alfred Hitchcock
Ya la había visto hace años, pero sólo recordaba dos escenas: la primera, con el incendio y los extintores saboteados; y la última, la más famosa y facilona, en la Estatua de la Libertad. Ahora, curiosamente, me ha gustado mucho más lo que ocurre en medio. La escena del circo es todo un guiño a Freaks de Tod Browning. Y la del ciego, a Frankenstein de James Whale. A modo de precita, en esta película están ya Con la muerte en los talones, Encadenados y El hombre que sabía demasiado. Hitchcock fue el primer gran homenajeador de sí mismo, aunque luego no quedara demasiado satisfecho del resultado en esta película. No estaba contento con la pareja protagonista. A él lo veía demasiado “comedia ligera” y a ella demasiado “vulgar” (rolliza, quería decir). Creo que el tiempo le ha llevado la contraria. Él es un bombón de falso culpable, aunque pase un poco de ella, pero, como a MacMurray, eso le da una ambigüedad interesante. Ella no es la típica heroína de Hitchcock, pero no todos compartimos las mismas parafilias de Hitch con las mujeres (aparte de Gracia, la pobre).
En fin, sólo criticaría el exceso de patriotismo que hay en el guión (eran tiempos de guerra), algo que suena un poco naive hoy día y ni siquiera tiene el toque kitch de El milagro de las campanas. Hay réplicas brillantes, pasan muchas cosas (eso tampoco le gustaba al maestro) y además, colaboró Dorothy Parker en algunos de los diálogos.
Deseos humanos (Human desire, 1954) de Fritz Lang
Dorothy Parker dijo de Fritz Lang: “Aquí tienen a un hombre que está donde está gracias al sudor de su mujer”, en referencia a Thea Von Harbou, su segunda mujer, a la que se considera responsable de sus primeros éxitos.
Basada en una novela de Émile Zola (La bête humaine, adaptada previamente por Jean Renoir), Deseos humanos es una película de cine negro negrísimo sobre una mujer (Gloria Grahame) que se echa un amante para inducirle a que mate a su marido. Sí, recuerda a la Barbara Stanwyck de Perdición. Pero en esta película hay más silencios, como el vacío que deja un tren después de pasar. El aburrimiento de la chica de ciudad con pasado que intenta casarse y llevar una vida “normal” en un pueblecito siempre termina con el asesinato del marido. Se suele decir que lo que no es mi año no es mi daño, en referencia a que el pasado de alguien no debería afectarnos, pero en el cine negro el pasado siempre vuelve. Lang ya trató este tema dos años antes en Encuentro en la noche (1952). Entonces la chica aburrida era también Barbara Stanwyck, que da mucho más miedo que Gloria Grahame, aunque esta es más inquietante. La insatisfacción, las ataduras, la pasión, la mentira, no pueden ser deseos más humanos, aunque el verdadero título es el de la novela de Zola, La bestia humana, pues la moraleja que se esconde con cobardía detrás de todo el cine negro es esa: que la bestia humana es Ella.
Por terminar con un epílogo frívolo, me encanta cuando la amiga de Gloria le espeta a Glenn Ford que más vale ser guapa que inteligente, porque todos los hombres tienen ojos, pero muy poquitos cerebro. I couldn’t agree more.
viernes, 27 de febrero de 2009
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